Lo que recuerdo del general Hebert García
Plaza es que ocupó puestos importantes en el gobierno de Maduro, y el cuento
del televisor, cuando el famoso “Dakazo”, hecho al que “notables pundits” atribuyen
que el gobierno haya ganado en las municipales de diciembre de 2013.
El general estaba en la tienda, y
en un “pase”, contó como en su casa había una TV que con mucho
esfuerzo su papá llevó a su hogar, en contraste con la voracidad del “capitalismo” que quería que el
pueblo no tuviese su aparato de fantasías. Todo envuelto en el tono paternalista
y populista, que tanto agrada a los políticos venezolanos, del gobierno o de la oposición;
jóvenes o menos jóvenes; socialistas, de centro, o liberales.
Una de las mayores frustraciones
de las elites venezolanas es que pasaron toda su vida construyendo y
legitimando el discurso de “venezolano vivo” porque era “popular” –la famosa
valla de una “importante marca de cerveza” que estimulaba la viveza al afirmar
que es “mejor pedir perdón a pedir permiso”; el “venezolano sobrao que se las
sabe todas, y si no, las inventa”- y hoy se quejan de forma amarga, porque la
gente en las colas no se rebela. Construyeron un “Pedroso” como prototipo del
ser venezolano, pero ahora quieren en las colas a Camus o Ayn Rand. Tarde para
ese “réquiem por la dignidad” de ciertas elites.
El caso García Plaza puede ser el
primero que indique tensiones y entropías –y eventuales rupturas- propias del (y
en el) gobierno de Maduro, y no como consecuencia directa del “legado de Chávez”.
Giordani, Navarro, Ana Elisa
Osorio, o “Marea”, son casos heredados de Chávez, cuya génesis no es original
en el gobierno de Maduro. Son rupturas porque no se cumplieron las expectativas
que estos grupos o personas tenían de Maduro como gobernante, al compararlo con
Chávez y los intereses políticos de estos grupos o personas.
El caso de García Plaza es
distinto. No solo es un militar de alto rango sino que fue promovido por
Maduro. No recuerdo que García Plaza haya ocupado posiciones tan sonoras cuando
Chávez. Me luce que el general es hechura de este gobierno, a diferencia de Giordani, Navarro, y otros, creación de Chávez.
¿Por qué García Plaza y por qué
ahora? Muchas hipótesis pueden aventurarse. Desde la que tiene más aceptación en el mundo opositor: las
diferencias dentro del gobierno entre los “ismos” que pugnan por el poder o "el botín"; que
sea una genuina manifestación de lucha contra la corrupción del gobierno (a lo Xi Jinping en China); una reacción del
gobierno por el engaño que hizo el general al "alto gobierno"; una acción netamente electoral; una reacción a las sanciones de Obama; o la razón esbozada por
García Plaza: que él sería el “chinito de Recadi” para distraer u ocultar casos
más gruesos de corrupción dentro del gobierno, y así proteger a determinados grupos.
Hasta el momento, no se registran
reacciones del gobierno ante el caso o a las afirmaciones del general,
ofrecidas en la entrevista que le hizo la periodista Sebastiana Barráez, publicada en Quinto Día, en su edición semanal del día 24-4-15.
García Plaza expresó
–“tajantemente”, dice la periodista- no confiar en la justicia venezolana, cosa
que no es un descubrimiento, sí la forma “tajante” en que lo manifestó el
exministro, que refuerza el descrédito que tiene la justicia venezolana, puertas adentro y puertas afuera.
Lo segundo, es que no dejó bien
parado ni al gobierno ni a Maduro. Con éste último, mi impresión es que García
Plaza no sugiere sea ladrón o algo por el estilo, pero sí una persona
influenciable, que se deja envolver por climas de opinión, proclive al aislamiento.
Todavía no se conoce la versión
de Maduro sobre este caso, pero en el recuento del general, queda la idea de un
Presidente que no habló con su ministro cara a cara, sino el “silencio
administrativo” que ya es costumbre en la política venezolana, cuando se trata
de alejar personas, pero el efecto es contrario: no se “queda bien”, sino
ahonda la distancia.
Cuando García Plaza dejó de ser
ministro, se intuyó que algo había, porque su caída fue tan meteórica como su
ascenso, pero Maduro optó por algo parecido a lo que Al Aissami hizo con Isea,
a pedido de Chávez: el “silencio administrativo” para que nadie se enterara de
lo que realmente pasó.
El poder tiene este tipo de
situaciones –recientemente, algo similar se vio con la renuncia de la Directora
del Servicio Secreto de la Presidencia de los EUA, por un escándalo con agentes
de ese servicio en Colombia- pero destaca que en Venezuela la capacidad de
control y rendición de cuentas es nula, y lo público es algo patrimonial;
“vainas del poder que se resuelven entre hombres”, pero a la luz de lo que pasa
en Venezuela, “el remedio es peor que la enfermedad” ¿Cuántas personas más
habrá alejado Maduro de sus círculos, que ahora será un indicador para evaluar
las dinámicas de poder dentro del gobierno?
La entrevista me dejó la idea que
no solo la oposición, sino también el gobierno, tiene sus “poderes fácticos”,
de naturaleza distinta a los de la oposición. En ésta, son en su mayoría grupos
con dinero -u otras formas de poder, medios, por ejemplo- que influyen, “notables”, o formadores de opinión dentro de las “caras
que le dicen algo al país”, como se dice en ese sector de la sociedad; mientras
que en el gobierno, parece que son mayormente grupos nacidos al calor de
actividades ilegales de diverso tipo vinculadas al Estado (corrupción,
“bachaqueo”, delincuencia organizada).
Hay un país formal, que aparece
en medios y redes sociales, está organizado, se manifiesta vía Estado o
sociedad; pero hay otro informal, que no ha sido designado por el voto de la
sociedad, ni tampoco rinde cuentas o está sometido a control y al imperio de la ley.
La percepción es que ese país
cada vez crece más y se impone al país formal, sea del gobierno o de la
oposición. Las decisiones de estos dos grupos parecen estar influenciadas por el país
informal y de poderes fácticos, que nadie ve, que no tienen una representación
organizacional definida, que en muchos casos no tienen rostro, pero cuyas
decisiones se sienten, influyen, y en muchos casos han cambiado nuestras vidas
y preferencias.
Desde el plano de la psicología
social, las crisis como la que vive nuestro país producen situaciones propicias
para las “teorías de la conspiración” y sus efectos en el “síndrome post
autoritario” (o totalitario, de acuerdo al grado), y tal vez esto explique la
percepción que hay sobre esos dos mundos, y el clima de desconfianza que se observa en la sociedad.
No es que Venezuela haya sido un
ejemplo de formalidad –nunca lo ha sido, pero en algunos momentos buscó acercar
lo informal a lo formal- pero la entrevista del general me creó una percepción
de un país que tiene dos vidas, y que el poder real, verdadero, y concreto no
está en el país formal. Muy al contrario, las instituciones formales lucen como
un juego de niños ante las instituciones de ese otro país.
Posiblemente esto de cuenta sobre la paranoia
de la sociedad y al mismo tiempo la inercia, ese ambiente estático pegajoso y agotador, porque intuitivamente
sabemos que el poder formal no va a cambiar nada, que es una puesta en escena
“para ingleses ver”, pero que el poder real está en otra parte, y lo que genera
ese “locus de control externo” es que nadie ha visto ese poder, nos lo
representamos (“el bachaqueo”, “la banda de los enanos”, por ejemplo), pero
formalmente no existe, aunque influye en nuestra vida cotidiana y a veces
–parece que cada vez con mayor frecuencia- la deciden. Sabemos que existen, aunque no sabemos dónde ubicarlos, lo que también abona al clima de agravios que también se respira en la cotidianidad venezolana. Agravios que representan la impotencia por no poder cambiar las cosas.
Es lo que pensé luego de leer la
entrevista de Barráez a García Plaza. Ya no se trata del Estado como Ogro filantrópico
del que habló Octavio Paz, sino en Venezuela pasamos ese nivel y creamos otra cosa: un
Monstruo egoísta que se devora al Ogro filantrópico, que ya es mucho decir. Pero el Leviatán que escucho pedir en diversos lugares ¿Será ya suficiente y será la solución?
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