El gran problema de la MUD




Después de las elecciones del 20 de mayo, regresó la inercia y la vida en el status quo de Maduro, se fortalece. También trajo cosas que debían estar superadas. Una muy importante ¿Cómo hace la MUD para recuperar su fuerza política? que permita que las cosas pasen, y estar menos a la espera de los acontecimientos para actuar, como parece ser la situación en estos momentos. Hoy todo se limita a esperar, a que la “comunidad internacional” actúe, como deja ver la resolución aprobada en la OEA el día 4-6-18. En otras palabras, el gran problema de la MUD es ¿Cómo hacer para tener eficacia política?

Parte de esta intrascendencia de la Mesa se debe a sus propias decisiones. Ella misma, en cierto sentido, se anuló. Lo hizo por falta de visión. Si una vez ganada la AN en 2015, se hubiese dedicado a construir lo que hoy todos reconocen como importante –fuerza interna; apoyos de abajo hacia arriba- posiblemente la oposición sería más fuerte, ya en el gobierno o frente al gobierno de Maduro. Pero la alianza se embarcó en la tesis de varios scholars que propusieron una receta: había –o hay- que “aumentar la presión”; subir los “costos de represión” –aunque la prueba fue trágica, durante 2014 y 2017- y bajar los “costos de tolerancia” para dar a personas importantes del “régimen” una salida segura, y se voltearan a Maduro. Esto, traería una “crisis en la coalición dominante”, que a su vez produciría una “fractura en el régimen. De aquí, ocurriría la tan esperada “transición”, la que con un “gobierno de los mejores”, llevaría al país “a la libertad”, y luego a “elecciones competitivas”. Desde 2014, esta tesis fue asumida por la MUD, sin evaluarla o pensarla. Aunque ahora ya no se habla mucho de la “fractura”, esta tesis domina en la oposición. Tal vez porque su comprobación es ex post, y por eso siempre puede ser. No ha sido desde 2014, pero pudiera ser ahora ¿No hay acaso un descontento en las FAN, y en la OEA 11 países se abstuvieron? Se puede aducir que eso ocurrió, efectivamente, porque se “aumentó la presión”. La tesis de la “fractura” es como el horizonte marino: siempre se está cerca, pero nunca se llega, aunque vamos a llegar.

Asumir este planteamiento, llevó a la Mesa a abandonar lo electoral y a hacerlo contingente a la receta de la “fractura” –como se hizo con las regionales de 2017; “si votamos, fracturamos”- y a descuidar la organización interna y la institucionalidad de la MUD, porque el peso se dejó en la “comunidad internacional”, la única capaz de generar una situación de fuerza para producir la “fractura” que obligase al gobierno a “negociar una salida pacífica” –el objetivo de la oposición MUD + FAVL- o a aceptar su “rendición” incondicional y su salida del poder, meta de la oposición Soy Venezuela. Cada grupo vio a la fractura bajo la óptica de su estrategia. Por eso, la MUD y Soy Venezuela (o lo que representa) se unieron, y su mejor momento lo vivieron entre abril y julio de 2017. 

Pero esta unión trajo una consecuencia de la que ahora se toma conciencia: el clima de intolerancia y censura que promovió la propia MUD, y que ahora se le devuelve. Desde 2016, comenzaron a verse señales del maccarthismo criollo. Si se hablaba de las regionales y no del revocatorio, las opiniones eran ignoradas, estigmatizadas, o llevadas a una especie de ostracismo. No se discutía nada. Todo se medía de acuerdo a los criterios de la “receta fracturista”. Si no tenía las medidas, entraba en una situación de sospecha, por “blandengue” o por “chavista del closet”. Así, la propia Mesa construyó su “espiral del silencio” y su “falso consenso”, alimentado por los influencers, los llamados intelectuales, y grandes plumas, quienes repetían sin ponderar la receta, y cuestionaban a quién no lo hacía. Hoy citan a Cadenas, para afirmar que el “intelectual es crítico”. Se echa de menos que no hayan leído a Cadenas durante 2016.

Este clima se potenció con las protestas de 2017, donde la Mesa se unió con el grupo Soy Venezuela (o lo que representa), y el segundo logró imponer sus ideas, su lenguaje, su estilo, sus maneras a la oposición como un todo. Se impuso el discurso del sufrimiento, la culpa, y el castigo. Quien no lo utilizara era sospechoso. En el mejor de los casos, un “enchufado” porque “no sufre como los miles que sufren todos los días”. Se abandonó el lenguaje político, por el lenguaje de la política comparada: las "transiciones" y el estalinismo. Todo se veía con sendos enfoques. 

El resultado fue un clima de censura, donde las decisiones se tomaban de acuerdo al nivel de indignación moral, sin criterio político, cualquiera que sea. La MUD se dejó arropar por la opinión extrema, la que domina la opinión opositora y la MUD no puede con esa opinión, como se observó en el caso Odebrecht y en la propuesta de Lenín Moreno. Los defensores pro MUD no pudieron con las opiniones en contra. Los defensores de la postura anti-Mesa son más, y actúan como enjambres digitales.

El ambiente se potenció todavía más con las elecciones de 2018, y la campaña sucia contra Falcón –desde adentro y desde afuera, con un muy comentado artículo de Schamis en El País y “sus fuentes”- y todo aquel que dijera que pensaba votar. Nuevamente, apareció la estigmatización. Por supuesto, ir o no a votar era un “juego suma cero”, porque lo que está en disputa hoy es la hegemonía en la oposición, pero la MUD pudo ser más inteligente desde el punto de vista político. Pudo llamar a la abstención para defender su política y el deseo de sus adherentes a no ir, pero al mismo tiempo, pudo dejar en las personas la decisión de ir a votar o no, decisión que era no votar, por lo que se vio en las regionales y municipales de 2017, y el flojo clima electoral de 2018. Pero el asunto lo convirtió en un tema de honor y de poder: había que aplastar a la opción de votar. Lo logró, pero también su propia anulación como actor con eficacia política. Hoy le queda el consuelo de la asamblea de la OEA, porque “de a poquito” hay logros; ya no son 21 países que votaron a favor de Maduro como en 2014, sino 3; el “quiebre avanza”, y se apuesta a procesos internos que no se conocen, pero que se estima producirán la “fractura” como el descontento que hay en las FAN.

La Mesa logró imponer su política de la “fractura”, pero a un precio muy alto. Despreciada por los extremistas a quienes buscó cultivar durante 2016-2017 –en la actualidad, ese grupo se refiere a la Mesa como la “oposición perrito e´taxi”- y vista con indiferencia por buena parte de la oposición moderada, que ve en la MUD una alianza que no tiene una política, sino distintos grupos que adelantan su agenda con muchas contradicciones. El resultado es que la Mesa regresa a un punto que ya debió ser superado: tener eficacia política. Hoy no la tiene.

Su reto es recuperarla. La propuesta de Lenín Moreno pudiera reconvertirse y hacerla una de la oposición. Es decir, que países; pudieran ser Ecuador, Chile, y Francia, organicen una “encerrona” de la Mesa –habría que ver si es necesario o vale la pena invitar a las demás “oposiciones”- para que las organizaciones de la alianza hagan un análisis y un balance descarnado de la política seguida hasta ahora y sus resultados, en un espacio fuera de Venezuela y con el “coacheo” de estos tres países en cuanto a la organización y metodología de la “encerrona”. Un producto de este encuentro pudiera ser una propuesta que se valide en un referéndum para el mundo opositor, que clarifique realmente qué entiende la MUD por una solución pacífica y negociada”, frente a la propuesta de la “solución de fuerza” que formula Soy Venezuela. Terminar la “encerrona” con una propuesta política y de políticas para esta etapa, que contenga un método para llevar las divergencias dentro de la oposición. Posiblemente, esta “encerrona” organizada por países, pueda ser el primer paso para que la MUD recupere la eficacia política que le hace falta hoy, y logre autonomizarse de la opinión extrema que la tiene contra las cuerdas. En otras palabras, que la Mesa tenga una política propia, que pueda llevar a cabo, sin el chantaje de la opinión extrema. 







Comentarios