Luego del ataque terrorista a la
revista francesa Charlie Hebdo ocurrido el 7-1-15, y la rápida reacción de la
sociedad civil y política de Francia, leí en tuiter varios mensajes que decían
cosas más o menos “por qué aquí no se reacciona así”, o cuestionaban que medios venezolanos no informaran mucho sobre el acto violento, y se ofrecían
algunas explicaciones como que el miedo y la censura en Venezuela, es la causa
de la discreta repuesta de los medios criollos.
A pesar que Venezuela salió en el
mapa de tuiter entre los países que reaccionaron con este medio luego del ataque y en nuestra tierra hubo más reacciones que en otras naciones de la región, quedó en el aire la idea que no estamos en capacidad de dar una respuesta unitaria como la ocurrida en Francia, reforzada luego del multitudinario acto del día 11-1-15 en París.
Ofrezco otra hipótesis al miedo y la censura. No dudo
que el miedo, la censura, o las dos (la misma cosa), expliquen la modesta o en el estilo una noticia importante más respuesta mediática, pero pienso que más que
el miedo y la censura, la diferencia radica en que los franceses no hacen de las tragedias
algo externo a ellos, sino que es parte de su historia, sobre la que han
reflexionado, por lo que eventos así los asumen con la seriedad del caso.
Un país que vivió dos guerras
mundiales, las guerras en Argelia y en la antigua Indochina, tiene que ser una sociedad que comprende de verdad -no de la boca para afuera- lo destructivo que es la violencia.
No olvido una frase que escuché
cuando estudiante de ciencias políticas a la profesora Julia Barragán en las
clases de matemática aplicada a la ciencia política, pero en la que también se hablaba
de otros temas; al referirse a la importancia de la responsabilidad política,
para hablar de ésta, ponía el caso cómo en sociedades europeas se era
cuidadoso con el lenguaje –Alemania, por ejemplo- porque “sus calles están llenas de muertos”. Se refería a los fallecidos por la Gran Guerra, la segunda guerra, o la violencia política en general.
El mensaje de la profesora Barragán fue claro (y por eso mi eterno agradecimiento): con la violencia, no se juega, ni se boconea o alardea. Si ocurre, es la prudencia y mesura la que orientan, que no significan lentitud o debilidad, como se cree. De lo contrario, las "calles se llenarán de muertos".
Un país que produce un
intelectual de la talla de Albert Camus, tiene que tener una conciencia para
asumir lo que significa la violencia, y hacerlo con seriedad y sobriedad.
En su discurso al recibir el
Nobel de literatura el 10-12-1957, el escritor nacido en la antigua Argelia francesa
expresó que, “Hemos tenido que forjarnos un arte de vivir en tiempo de
catástrofes para nacer por segunda vez y luchar luego, a rostro descubierto,
contra el instinto de la muerte que actúa en nuestra historia. Cada generación,
sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que
no lo rehará. Pero su tarea acaso sea más grande. Consiste en impedir que el
mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida en la que se mezclan las
revoluciones caídas, las técnicas que han caído en la locura, los dioses
muertos y las ideologías extenuadas, en la que mediocres poderes pueden hoy
destruirlo todo pero no saben comprender, en la que la inteligencia se ha
rebajado hasta hacerse la sirvienta del odio y de la opresión, esta generación
ha debido restaurar, en sí misma y en torno a sí misma a partir de sus
negaciones, un poco de lo que da la dignidad de vivir y de morir”.
Alguien que escribe así, tiene
que aparecer en la conciencia del país de donde es origen. La reacción
espontánea pero firme y sobria de la sociedad francesa luego del crimen contra el impreso Charlie Hebdo, es otro
nacimiento para luchar contra el instinto de la muerte que mencionó Camus.
Se dice que las comparaciones son
odiosas, pero son inevitables. Comparemos con nuestra respuesta, lo que pudiera ser. Comparemos con
Venezuela.
El gobierno aprovecharía para profundizar el
discurso del odio y de la división. Los cuerpos policiales seguramente responderán rápido,
pero la información sobre los hechos sería opacada por la manipulación del
gobierno.
Maduro acusaría. Cabello amenazaría. Los
“colectivos” harían un pronunciamiento que tendrá amplia difusión, porque son
malandros y el malandreo, en Venezuela, gusta (ese fue, por ejemplo, el encanto de la finada Lina Ron, encanto que todavía tiene, no solo en el público oficialista, es la expresión pura de la mujer del pueblo, luchadora, rebelde, echá pa'lante, dirían).
Seguramente en la noche, los
chicos –y no tan chicos- de Zurda Konducta hubiesen sacado un video para
estigmatizar a alguna figura de la oposición, en la deshumanización fashion que
caracteriza este programa. Cerraría la jornada, algún “sesudo análisis” o joda de Los
Robertos.
No habría sobriedad, ni
transparencia en la información. Tampoco respuestas rápidas para esclarecer el hipotético caso en su totalidad ¿Cuáles fascistas fueron? Realmente ¿Qué pasó?
Luego de meses, la sociedad estaría esperando la famosa rueda de prensa, anunciada, porque también en Venezuela, todos prometen que no callarán y que se aplique la justicia caiga quien caiga.
El momento no hubiese sido para reflexionar sobre
lo que estaría en juego para la sociedad; ni para mostrar modestia o respeto hacia los
adversarios, lo que hubiese dado una señal poderosa a la sociedad, en el sentido de
poder cerrar momentáneamente las diferencias ante hechos violentos. Se hubiese empleado para profundizar las diferencias.
¿Y en la sociedad no gobierno,
qué pasaría? Lo primero, saldrían los tipos arrechos, que saben cómo es la
vaina y tienen burdel político –de acuerdo al criterio de pundits, periodistas, y ahora tuiteros-
y dirán que una pluma, lápiz, bolígrafo como símbolo, es suave, que se necesita
algo más contundente, nada de blandenguería. Lo que se requiere son un par de bolas.
Si pueden, imponen la gran
solución, favorita en Venezuela desde que la sociedad y poderes fácticos
sacaron a CAP en 1993: pedir la renuncia del presidente de turno (en Francia,
Hollande tiene menos de 10% de “popularidad”. Hasta ahora, no he visto o leído
que la solución sea la renuncia de Hollande porque fracasó en la lucha
contra el terrorismo, a pesar que todavía le quedan dos años. Hollande hará
política y Madame Le Pen también, pero algo de mayor sentido estratégico).
Aparecerán, entonces, señorones de los poderes fácticos o de la Venezuela decente,
dueños de medios, y creativos que también saben cómo es la vaina, porque venden
cosas que suben cerro, con los bullets que hay que decir, las frases para la
ocasión, o alguna propuesta comunicacional, o preocupados por la gravedad de la situación, y hay que hacer algo.
Los políticos, por su parte, a la
espera de la encuesta y la recomendación sobre qué decir o hacer, para otra
famosa frase: capitalizar el descontento porque el 90% está descontento, y hay que sumar a los descontentos (¿Cuándo capitalizarán una visión de
país o, al menos, una idea sobre Venezuela?)
Si se organiza la marcha,
seguramente aparecerán los espontáneos con algo creativo al final de la misma,
y si hay tarima, el tradicional pescueceo y el orden en las sillas para sentarse. Mientras, en tuiter, recriminaciones entre los bandos o las sociales de la marcha, con la foto y leyenda: Impresionante.
Todo terminará con otra opinión
de los tipos con burdel político, que dirán que la marcha de Francia fue buena,
pero que aquí las ha habido mejores, y como prueba, dirán que en el país
europeo las autoridades afirmaron no poder estimar la asistencia a la multitud,
pero aquí sí, porque tenemos a los marchólogos, tan buscados en 2002. Rematarán
con el tradicional: qué arrechos somos los venezolanos.
Como sociedad, no tenemos capacidad para colocarnos
por encima de lo que nos pasa, por encima de nuestras experiencias. Estas
quedan atadas a un presentismo que no las contextualiza, y por eso su
irrelevancia. Es un caso más, que es anulado por otro, y como la vida sigue,
cada caso pierde su valor moral o de reflexión colectiva, y entra en una masificación que lo convierte en
irrelevante.
Al final, nada mueve, nada conmueve, y lo que hace, solo lleva a
rasgarse las vestiduras, a dar mensajes en clave de lo políticamente correcto
para que la gente vea que “estabas allí” y ya. Todo se limita a solidaridad con (las víctimas, los que hacen colas, buscan remedios, no tienen medicinas, etc).
No importa reflexionar porque
supondría reconocer muchas inequidades que no se quieren reconocer. Es mejor
que la vida siga, y ese dolor no se convierte en empatía sino en frustración
que goza en silencio con el dolor de otros, quienes también harán lo mismo, para que ese dolor esté en movimiento. Allí está el origen de nuestro Tánatos.
Por
eso el impacto del dolor –salvo algo nuevo- es pequeño. Entra en una rutina cuyo producto
es la acumulación de la insensibilidad. Mi problema es mío, más que los
problemas de los demás, es un mecanismo de resiliencia pero al precio de insensibilidad, porque me protege, pero me impide tener empatía con el otro.
Todo termina en un hay que echar pa'lante; vamos a ver, o la vida es una y hay que vivirla.
Leía en El País un artículo de
Bernard-Henri Levy titulado El instante churchilliano de la V República, a propósito de los ataques terroristas en Francia.
No pediría tanto para Venezuela.
No tenemos un temperamento churchilliano –resuelto pero depresivo- somos
Caribes, somos Ana Karina Rote, es decir, nos creemos las grandes vainas, pero me conformaría conque tengamos la
capacidad para abstraernos de nuestro propio dolor; que no es mío solito y más arrecho
que el de los demás; y romper el muro que hace del dolor una excusa para
mantener todo igual, que se desgasta en la queja y el desahogo –Venezuela tiene
como 30 años desahogándose- para convertirlo en motivo para construir.
Volviendo a Levy, me conformo con
lo que él llama la prudencia republicana. Creo que a eso sí podemos aspirar como sociedad.
Si ocurre, la tan famosa calle
puede tener otro sentido y otra respuesta. Una multitudinaria, como fue en 1936
o de forma más elaborada, como fue en 1958.
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