Trump o lo inútil del miedo para detenerlo



Sobre Donald Trump se ha dicho mucho, y todavía falta mucho por decir. Quiero abordar la arista sobre cómo se construye a Trump en buena parte de la opinión pública. Desde hace tiempo, me incomoda esa manera de construirlo. A veces leo un tuit y me provoca hacerle RT, pero desisto, para no reforzar algo con lo que no estoy de acuerdo: detener su ascenso al estimular miedo a lo que Trump significa, o pueda hacer si llega a la Casa Blanca. Es decir, las “jugadas de rutina” cuando aparecen figuras de ese tipo: que el miedo haga el trabajo que la política -y el liderazgo- no pudo o no quiere hacer. 

Hace unos días, tanto Felipe Calderón como Vicente Fox –quienes me parecen perdieron la agudeza política- compararon a Trump con Hitler. También, hace unos días, leí un tuit de The Economist, que titulaba un artículo, “Hay que detener a Donald Trump”. Finalmente, en Washington Post leí la preocupación de algunos sobrevivientes del Holocausto por lo que puede significar un triunfo del magnate pelirrojo. Estos ejemplos son apenas pocas noticias de muchas que tienen en común lo mismo: Trump es un peligro, hay que pararlo antes que sea demasiado tarde (ya parece que es tarde, gane o no gane la nominación republicana). 

Que ciudadanos que sobrevivieron a campos de concentración del nazismo manifiesten reservas con el millonario, debe ser observado con atención. Haber sobrevivido a una experiencia como el Holocausto, merece el mayor respeto. Pero que la opinión en general apele al miedo para tratar de detener a Trump, sí es cuestionable.

El miedo es de uso común en política, y más cuando se trata de competir por un puesto, sea del nivel que sea. Es un recurso favorito de la real politik, o cuando hay crisis y los grupos se sienten amenazados en su identidad. Sin embargo, cualquier psicólogo social o estratega político sabe que el miedo tiene que tener una medida perfecta para que sea eficaz. Poco miedo, trivializa; mucho miedo, paraliza ¿Cuál es esa medida? No es objeto de esta entrada responderlo, solo se quiere significar que el miedo supone una previa deliberación ética sobre su uso, pero si se está en el modo “El fin justifica los medios” -que es el modo actual- hay que tener una experticia profesional para saberlo dosificar y manejar, para que sea eficaz en el comportamiento que se quiere promover (una abstención hacia o una reacción en contra de).

En Venezuela se usó durante las elecciones de 1998 para tratar de detener el ascenso de Chávez. Está el famoso video del militar cuando fue a Cuba en 1994. Ese video lo pasaban a cada rato, en cada reunión política o para hablar del tema político. En ese entonces -y todavía- me pareció errado el framing de la campaña contra Chávez al ponerlo como representante del "comunismo", cosa a la que Chávez le dio la vuelta con la idea de cambio, que objetivó en la constituyente. De manera que cambió el clivaje a su favor: constituyente-comunismo, y en esto último metió a sus competidores. Su framing del comunismo fue "huele a naftalina" -que decía en ese entonces- justamente el sentimiento de la sociedad en ese entonces: AD y Copei, "huelen a naftalina, y por eso hay que cambiarlos". Hoy -17 años después- muchos descubren las "maravillas" de los urbanismos de la democracia 58-98 -tipo Menca de Leoni, por ejemplo- pero parece un poco tarde para eso. Oportuno era en 1998 o antes, para tratar de revertir el clivaje que Chávez construyó con éxito. Pero bueno, tratar ese "olvido" de la sociedad durante los 80 y 90, será objeto de otra entrada, en su momento.   

Pienso que construir a Trump con base en el miedo ha tenido el efecto contrario: lo hace crecer, y hoy parece una figura indetenible, justamente porque paralizó cualquier respuesta, porque titular tras titular, se habla del peligro que Trump representa, pero cada titular lo magnifica y lo hace casi invencible. Como una bola de nieve, la que además comienza a justificarse. 

Esa persona peligrosa comienza a ser comparada con los peligros que genera el sistema que Trump dice combatir, y para muchos, opera un relativismo moral: es mejor apoyar a Trump no importa si es peligroso, que a un sistema con estructuras peligrosas. Ese cierto placer para transgredir cuando la sociedad implosiona o pierde la confianza en ella misma, que se objetiviza en una persona (los demagogos, que aparecen) ¿El resultado? El mito se hace más fuerte, y hay una cierta sorpresa porque se percibe inevitable su éxito. De manera que en mi criterio, ya es un poco tarde para hablar “Hay que detener a Trump”. Afirmaciones así, creo que lo alimentan, y aseguraría que Trump está a gusto con ellas. Lo hace más objeto del deseo. Al fin y al cabo, el precandidato es hechura del sistema que hoy desafía. Que la sociedad norteamericana -y mundial- ahora quiera jugar el papel "de la gente decente horrorizada con los bárbaros que llegan al poder" (algo similar ocurre con Podemos en España, y pasó con Chávez en su momento), me luce que no lo apartará de la vía del poder (gane o pierda).

Aunque hoy hay una especie de "todo vale", por lo que se dice que no tiene sentido planificar o pensar porque, "cualquier cosa puede pasar", la verdad es que este enfoque no me convence para nada. Me parece empuja un contexto en donde figuras como Trump prosperan. Hay que tener una cierta capacidad para ver el futuro de una sociedad, y adelantarse. Fenómenos como el del millonario de NY, ocurren también por el desgaste de una sociedad. Raymond Aron lo describe muy bien en "El amanecer de la historia": la sociedad francesa estaba desgastada y erosionada como cuerpo social; sin ánimo, sin fuerza, cínica, la que "insconscientemente" clamaba por una figura fuerte. Hitler llenó esa necesidad, y Francia estaba derrotada e invadida antes que el dictador pisara suelo francés en 1940, y se instalara el famoso hotel Meurice. En otras palabras, Aron retrata a una sociedad cansada de vivir. No soportaba ya el peso de la vida. Quería escapar de ella.

Hace unos días leía a Mark Lilla sobre Francia. Comentaba una tesis de Oliver Roy para explicar los recientes ataques terroristas. Para Roy, la jihad no tiene nada que ver con las instituciones Musulmanas. Los ataques no fueron por la religión Musulmana, sino porque la jihad representa una "revuelta generacional nihilista". Tesis controversial la de Roy, pero sugerente para explicar la renuncia a la vida que pasa en varias partes del mundo. En Venezuela tenemos nuestro nihilismo: muchos a la "espera" de la "explosión social" o "el peo", que redima a la sociedad de todas sus culpas y penas, y la purifique, para comenzar de cero en la "reconstrucción", sin el otro, por supuesto, que es lo que se busca en el fondo.    

Por eso muchas veces evito hacer RT a cosas de Trump –aunque son noticia, y como periodista, debería hacerlo- para no alimentar al mito, pero al mismo tiempo, lo que hago no es suficiente para restarle fuerza. Simplemente, es no poner más nieve a la bola, que ya viene a toda velocidad ¿Cómo detenerla?

Aquí está el quid del asunto: hoy, los políticos son cualquier cosa menos políticos. Juegan a ser militares, son encuestadores –algunos, hasta son muestristas; saben de antemano el “tamaño de una muestra” para un estudio, y hacen cuestionarios- son analistas, publicistas, hacen jingles, también son creativos, y hasta artistas, pero en lo que deben mostrar excelencia, no lo hacen o revelan importantes limitaciones. En lo que los define, eso de hacer posible lo imposible, o esa dialéctica entre lo que existe y lo que se quiere que exista, no se esfuerzan mucho o no muestran mucho entusiasmo. 

El mismo discurso fabricado e inercial de siempre, con poco contenido, centrado en el sufrimiento del “pobre pueblo de mis desvelos”. Más nada. No logran transmitir la emoción de servir, o el coraje intelectual para ofrecer ideas o propuestas, a los "problemas de la gente". Solo se limitan a decir "lo malo que se pone la cosa", con el consecuente "desastre que se avecina". Hoy, si una persona quiere hacer carrera política o ser celebridad digital, solo tiene que anunciar "el inminente desastre", y adoptar el modo "Gente decente horrorizada con los bárbaros". Con eso es suficiente para una carrera política exitosa o célebre. 

Más que el miedo, creo que a un fenómeno como el de Trump se le enfrenta con lo que pudiera llamar un “contraste persuasivo”, en un tu a tu de contraste, que es más exigente y retador que decir, "Vienen los bárbaros". Es confrontarlo punto por punto, idea por idea, sin hacer mofa de él, dejarse intimidar, o negarlo (las soluciones de los extremistas las que, como siempre, hacen ruido y traen muchos likes pero son ineficaces).  

Por eso, me gustó parte del discurso de Hillary Clinton al ganar la primaria de Carolina del Norte el día 27-2-16, porque hizo eso: contrastó de forma persuasiva con los mensajes de Trump, y rompió con la construcción clásica del precandidato del GOP como “un peligro”. Cuando Trump dijo “Hay que levantar muros”, la Clinton afirmó “Hay que derribar muros”. Cuando Trump afirmó que “Hay que hacer de los EUA algo importante otra vez”, la Clinton argumentó que ya los “EUA son algo importante”, y un contrapunteo así. Me luce que ese discurso es más eficaz que apelar al miedo, y una prueba, es que esos mensajes de la demócrata tuvieron buena acogida en redes sociales, con buenos RT. Es un mensaje que confronta al de Trump, y no lo tradicional: el mensaje de quien va detrás, tratando de alcanzar el paso de Trump, o el mensaje del desesperado, que no sabe cómo abordar una figura así, y solo le queda el miedo para ver si lo detiene.

Ojalá este estilo persuasivo de la Clinton no sea sólo una respuesta a la alegría por haber ganado muy bien una primaria, y así romper el clima de opinión que coloca a la ex Secretaria de Estado como arropada por la ofensiva de Sanders, sino algo más duradero y estratégico. Si es así, creo que podremos dimensionar mejor el liderazgo de Donald Trump y hacerlo menos mito. 

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