¿Se justifica al sistema?




Con un buen amigo del mundo de la política intercambio con frecuencia opiniones acerca de la realidad nacional. Hacemos análisis, pero al final, le comento más o menos lo siguiente, “Todo el análisis está muy bueno, pero cuando voy a la vida cotidiana, a mi día a día, no veo nada de lo que aquí analizamos y comentamos”



Ese contraste me intriga, porque a nivel de los análisis el tema es que “ahora sí está cerca la cosa”, pero cuando voy a la cotidianidad, no noto que “la cosa esté cerca”. Lo más próximo que he percibido la situación tensa fue cuando arrancó el ajuste Maduro el 20-8-18. La calle la sentí pesada, y escribí una entrada para este blog titulada ¿Otro que sobre estima sus capacidades políticas? con la idea que la gran cantidad de medidas lanzadas por el gobierno, serían de difícil asimilación por parte de la sociedad, y habría alguna reacción adversa. No pensé en el coco del 27-F. Pensaba en protestas en diversas áreas como transporte, pensionados, consumidores, etc. Sólo ocurrió la movilización de los pensionados, pero por un fin de semana. Hasta allí, y ahora parece “normalizada”. Mi análisis no estuvo tan acertado en ese punto ¿Qué puede explicar la “normalidad”? No es que en 2015 hubiese habido alguna gran protesta, pero en 2018 hay más quietud, más aceptación, a pesar de las famosas “miles de protestas que ocurren todos los días”, comodín que se usa desde los 90, y que más bien, creo que ya no subvierte sino estabiliza un status quo


El contraste entre un discurso de “fin de mundo” y una cotidianidad “normal”, es lo que me tenía pensando durante un buen tiempo hasta que un día leí en Twitter noticias acerca de varias encuestas. A vuelo de pájaro, sus datos me iluminaron para comprender la quietud, lo que a mi amigo político le digo cada vez que hablamos: “Cuando voy a la vida cotidiana, todo me parece muy normal, no noto nada de lo que hablamos”. Se me vino a la mente un enfoque que se usa en la psicología social para explicar por qué las personas aceptan un sistema injusto, que los oprime o los perjudica: las teorías que justifican al sistema (System Justification Theory o SJT) ¿Por qué este enfoque en particular y no otro, se vino a mi mente? Porque en la revisión al “ojo por ciento” de las encuestas –no vi estudios completos, sólo noticias o gráficas en cuentas de Twitter- noté contrastes en las respuestas a preguntas, que chocan con la discusión y el clima de opinión de las redes sociales que es de “fin de mundo” y de “colapso total”. Parece que Twitter es una cosa y los estudios de opinión otra, y el divorcio es total. Allí vino otra preocupación ¿Me estaré alejando de la realidad? Para mi, tener “el cable a tierra” siempre ha sido y es importante, incluso como criterio de salud política y mental. 

Por supuesto, mi premisa es que le doy más crédito a un estudio de opinión –aunque tengo mis preferencias en cuanto a las firmas encuestadoras- que a una encuesta de Twitter o la opinión de redes sociales. Sin restar mérito a las últimas, las primeras pueden generalizarse a públicos con niveles de confiabilidad y validez, cosa que no puede hacerse con una encuesta de Twitter más allá del público que la respondió. Twitter sí permite acercarse a los climas de opinión y de ánimo. Hoy esta plataforma manda en la opinión, se acepte o no. De hecho, a veces pienso si tiene sentido mantener este blog, porque me parece que su lectura es poca. Eso no debe amargar, porque como sentenció Stevenson, “Uno escribe para sí mismo y sus amigos”.

Otro factor que me llevó a pensar en la SJT es mi cotidianidad. Prácticamente, me he restringido en todo. La crisis me ha empujado a cambiar muchas cosas de mi vida. Pero cuando voy a la calle, no noto eso en otras personas. En un supermercado, compro poco, luego de comparar productos, precios, pensar mucho. No obstante, en otros consumidores, no noto angustia. Si la tienen, son buenos artistas. Yo no puedo tapar la preocupación. Además, escucho mucho “está barato”, cuando a mi me parece que todo está caro. Por ejemplo, con el pan para sanduche Holsum o Bimbo. Hace 15 días estaba en 9 bolívares. En ese caso, tomaba dos bolsas. Ahora está en 64 bolívares, y tomo una bolsa, pero otros consumidores toman 4 o 5, y dicen “está barato”. Me siento extraño. Para mi, “está carísimo”, pero no estoy armando bronca que si “por eso estamos como estamos o cuando seamos ciudadanos”, y cosas de esas. 

Ocurre lo de siempre, mucha queja contra el gobierno, pero hasta allí. Me parece que la vida de muchas personas sigue igual. Siempre me toca ir contracorriente: no me quejo, pero he tenido que cambiar muchas cosas por la crisis. Veo a gente que se queja, pero me parece que no han tenido que cambiar muchas cosas de su vida por la crisis. No me parece que representen el discurso de “los miles que sufren todos los días”. Si están, “meten bien la coba” de no estar (seguro por la fulana dignidad). Por esta vivencia es que pensé en la SJT: vivo la crisis con mucha intensidad, y me sorprendió algunas respuestas en las encuestas, que no se pueden despachar con “esos son los chavistas” o cuestionar a una firma determinada, que es lo clásico en Venezuela: descalificar y estigmatizar a los del exogrupo, a los que no son “mis amigos”. 

Sintetizo lo que leí en las noticias sobre las encuestas. No son muchos los estudios de opinión pública registrados luego del 20 de mayo, accesibles al público. Pero poco a poco, aparecen algunos. Aquí se hará un recuento de tres de ellos. Todavía las firmas encuestadoras “serias” parecen estar en el “control de daños” luego de los no aciertos para el 20-5-18. Más sencillo sería que detallaran cuáles variables creen explican los yerros en los pronósticos, aunque no sé si en una sociedad conservadora y “donde todo el mundo se conoce” como la venezolana, esos comportamientos que ocurren en otras partes del mundo, funcionen aquí. Tal vez sea mejor bajar el perfil, y “salir de circulación” por un tiempo. Pero bueno, ese no es un asunto. 

El primer estudio es Hinterlaces, con campo entre el 21 al 30 de agosto, y 1.200 entrevistas. No soy usuario de esta firma, ni siquiera cuando era muy citada por muchos que hoy “no la pueden ver ni en pintura”, pero ofreció sus números. Por eso la cito. 

Entre los temas consultados, se preguntó sobre el desempeño de Maduro como presidente. Un 53% lo calificó de bueno (Muy bueno + Bueno + Regular hacia bueno), y 46% de malo (Muy malo + Malo + Regular hacia malo). Un 52% opinó que el país va “por buen camino”, mientras que el 47% va “por mal camino”. No obstante, un 37% expresó que los problemas económicos del país son por las políticas del gobierno, un 23% por la “guerra económica”, un 19% por los “empresarios y comerciantes”, un 10% por la caída de los precios petroleros, y un 9% por las sanciones de los EUA. Finalmente, un 46% afirmó no sentirse identificado ni con el gobierno ni con la oposición.

El segundo estudio es de la firma More Consulting. Halló que 7 de cada 10 venezolanos se sacó el carné de la patria. Por grupo político, un 96% de los chavistas, un 44% de los opositores y un 61% de los no alineados, lo poseen. Del 44% de opositores, 70% se registró en la página web del carné de la patria. Esta cifra es del 90% para los chavistas y del 80% en los no alineados. 

El tercer estudio es de la firma de la UCAB que se llama Ratio UCAB. Sus datos indicaron que un 40% se definió como No alineado, un 33% como opositores, y un 27% como chavistas. Quienes perciben la situación del país muy mal, bajó de 51% en abril de 2018 a 45% en junio. Los que la evalúan mal aumentaron de 26% a 32% durante el mismo lapso. Los que consideran que la situación es buena pasaron de 17% a 20% entre abril y junio de este año. Una pregunta con un resultado curioso es la siguiente. Se interrogó “La reelección del presidente Maduro ha devuelto la tranquilidad a mi y a mi familia”. Un 59% dijo no estar de acuerdo con esta afirmación, mientras que un 41% afirmó estar a favor de la frase. La evaluación negativa acerca del desempeño del gobierno pasó de un 79% en mayo de 2017 a 65% en junio de 2018. Los satisfechos se movieron de 18% a 32% durante el mismo lapso. El 50,1% manifestó que el principal problema de su familia es el acceso a la comida, el 18% “la pobreza que padecen”, el 10% el “acceso a las medicinas”, y el 7% la inseguridad personal. Otra pregunta con una respuesta para analizar: un 40% reportó emociones positivas –feliz, esperanzado- luego del 20-5-18, mientras que un 48% reveló emociones negativas (tristeza, decepción). Como dato final, un 87% usa Facebook, un 37% Twitter, y un 36% Instagram.

¿Por qué la SJT con estos datos? Una breve explicación del enfoque. Las teorías que justifican el sistema se estudian dentro de un área que se llama psicología crítica. Esta corriente dentro de la psicología social plantea que la psicología “normal” se orienta a justificar un status quo, un determinado orden de las cosas que va en contra de los intereses de determinados grupos, como “algo natural”. La psicología crítica sugiere que hay que cambiar al sistema, no a la persona, que es lo que hace la “psicología social dominante”. Un área que se estudia es cómo las personas se adaptan a sistemas opresivos. 

En un principio, se estudió a partir de la idea marxista de falsa conciencia, como negación de intereses que son normalizados mediante mecanismos cognitivos (cómo la persona se piensa a sí mismo y cómo piensa a la sociedad). En otras palabras, cómo procesos cognitivos “normales” –estereotipos, guiones, esquemas, sesgos, atribuciones, heurísticas, entre otros- se emplean para justificar relaciones de opresión, sin que la persona lo asuma como tal, sino como “algo normal”. Por ejemplo, la tesis del “mundo justo”: la gente merece lo que tiene, y cogniciones de ese tipo. 

De la lógica marxista, la psicología social lo llevó a lo que llama una “cognición irracional” en el sentido que operan distorsiones cognitivas de la realidad. Se le quita la clase social de la falsa conciencia -aunque originalmente la falsa conciencia es de la burguesía- y se plantea como errores cognitivos en las personas. Verbigracia, para Thompson (2015), lo “irracional” es no pensar en las fuerzas que gobiernan mi mundo, ni entender los mecanismos de relación entre las personas y los grupos con poder. Algo como, “B acepta el poder de A, porque B acepta creencias que legitiman el poder desigual de A sobre B”. Lo importante es que la desigualdad se acepta como “algo natural”, sin que medie la coerción, aunque puede estar en el ambiente, pero la persona concluye su “irracionalidad” de modo natural, no se la imponen. 

Lo racional es tener correspondencia entre lo que se piensa y los procesos que afectan la vida de una persona. Es la llamada en psicología social, “conciencia”: estar al tanto de algo (Deslauriers, 2011). Una manera práctica de activar la conciencia, una cue es siempre preguntarse, interrogarse ¿Por qué….? Esto ayuda a que el pensamiento pase de automático a controlado, y se pueda “agarrar la esencia de un fenómeno al estar al tanto de algo, especialmente dentro de uno mismo” (Deslauriers, 2011; Thompson, 2015).

Varios enfoques en psicología social explican cómo ocurre esta “irracionalidad cognitiva”. Dos conocidos son la Teoría de la gestión del terror (TMT), cuyo eje para explicar la aceptación de sistemas opresivos es hacer saliente la muerte; y otro son las Teorías que justifican al sistema (SJT). Tomo la SJT porque su poder heurístico me parece mayor que la de la TMT, aunque ésta es algo más parsimoniosa que el SJT.

La SJT parte de la idea que las personas están motivadas a justificar un sistema, porque operan mecanismos cognitivos (por ejemplo, guiones) y motivacionales (i. e. depender de un sistema). Esta motivación tiene como eje la necesidad que tienen las personas de poseer certezas y consistencia en una realidad, para que la disonancia de saber que se vive en un sistema que excluye no exista o sea reducida. 

La tesis de la SJT –basada en la muy conocida propuesta de Festinger y Carlsmith (1959) acerca de la teoría de la disonancia cognitiva; Cognitive consequences of forced compliance- es que la conciencia de vivir en un sistema opresivo genera incomodidad, y una manera para reducirla es justificando al sistema. Aquí entran aspectos cognitivos, motivacionales, y situacionales, que llevan a que la persona, al final, racionalice que ese sistema “después de todo, no es tan malo y tiene sus cosas”. 

No siempre funciona, porque hay personas que pueden soportar la disonancia y canalizarla hacia actos políticos, u otras variables (quienes cuestionan, preguntan, inconformes, los que tienden al “realismo depresivo”). Pero para la mayoría de las personas –el famoso 60% que obedeció en todo en el famoso estudio sobre la obediencia de Milgram, Behavioral study of obedience, 1963; aunque Reicher clama que la desobediencia fue del 58% en todas las situaciones, y que es mejor hablar acerca de estudios sobre la obediencia y la desobediencia- racionalizar, justificar es aceptable. “El gobierno de Maduro es una porquería, pero al menos tengo el carné de la patria y recibí el bono escolar para comprarle los zapatos a mi hijo” o “Chávez es autoritario, pero tiene 60% de popularidad y una conexión emocional-mágico-religiosa con el pueblo, por lo que es mejor no polarizar con Chávez. Mejor aprovecho mi cupo en Cadivi para viajar y conocer los museos”, son ejemplos de racionalizaciones que pueden ajustarse a la SJT. Algo de eso me parece que hay en estos tres estudios comentados.

Arranco con Hinterlaces. Lo primero es la evaluación de Maduro: un 53% favorable (la suma de clasificaciones) y un 47% desfavorable (la suma de clasificaciones). Si bien al desagregar se tiene una mejor evaluación porque un 28% lo evalúa como “Muy malo” mientras que un 8% como “Muy bueno”, no deja de ser llamativo una evaluación agregada favorable. Igual pasa con la pregunta sobre el “camino del país”: un 52% que va por “buen camino” y un 47% que va por “mal camino”. El dato que cuestiona mi hipótesis en este punto, es que la primera respuesta para explicar los problemas económicos de Venezuela son las políticas del gobierno: cerca de 4 de cada 10 opinó ese motivo. Pero también puede ser la opinión que haga viable la SJT: el gobierno tiene malas políticas económicas, pero ahora sí aplica un ajuste, por lo que el camino “se ve bueno”. Es decir, “No lo hace bien, pero bueno, ahora quiere hacerlo bien ¿Por qué no darle una oportunidad? Es mejor malo conocido que bueno por conocer. Además ¿Cuál es el programa económico de la oposición?”, puede ser el motivo para la SJT.

Con More es relevante el porcentaje de los opositores que tiene el carné de la patria: 44 por ciento. Relevante por la discusión en redes sociales sobre si es ético tenerlo o no. Si uno ve el mundo por Twitter, pensaría que el porcentaje de opositores que lo tiene es desdeñable. Pero en la realidad no parece ser así: cerca del 50% de los que se definen como opositores, se lo sacó. En otras palabras, la persona que lo posee tuvo que ir, hacer una cola, registrarse, exponerse a que los identificaran –como pasó con el integrante de PJ Máximo Sánchez- y, finalmente, registrarse en la web, donde un 70% de los 44% que tienen el documento se registró. En otras palabras, sacarse el carné es un proceso con costos, no lo envían a la casa. 

Parece cumplirse un hallazgo de los estudios en psicología social sobre la influencia social, para explicar procesos de conformismo, obediencia, y aceptación. La llamada técnica con el pie en la puerta. Una pequeña petición lleva a otra más grande, y así ¿Si ya tengo el carné, porqué no registrarme? Si fuese un registro “bajo protesta”, pensaría que los porcentajes de registro en la web deberían ser bajos, “Me obligas a sacarlo, pero hasta allí, no me registro en la web”. Registrarse puede tener muchas explicaciones: desde temor a que sepan que no lo hice, pero también aceptación, “Bueno, ya me saqué el carné ¿Voy a pelar esos bonos?” o “Bueno, ya me saqué el carné, ya llegue hasta aquí, por algo lo tengo, sería tonto no registrarme en la web”. Este último motivo va más con la tesis de la disonancia cognitiva: si llegué a un punto ¿Por qué no dar un paso más? (justifico mis acciones; sería muy extraño afirmar “Coño, qué pendejo soy, me saqué el carné de la patria, qué bolas”, especialmente porque la justificación externa no tiene mucho peso, condición para reducir o no tener disonancia). 

Antes de todo el revuelo por el carné de la patria en redes sociales, firmas hallaron que los opositores se registraron en el carné. IVAD al 1-4-18 encontró que el 52,5% del Bloque opositor afirmó tener el documento. Un 47% de la oposición más convencida y un 56,6% de la oposición moderada expresaron poseerlo. El 57,8% de los No alineados indicó que lo obtuvo. Por partido, los porcentajes de tener el carné son AP 70,3% AD 37,3% VP 55,3% y PJ 22,2 por ciento. 

Contra mi hipótesis en este punto, está el hecho de los resultados electorales. El gobierno afirma que “16 millones de venezolanos tienen el carné de la patria”, pero el 20-5-18 su votación está en el promedio ponderado del PSUV desde 2006: 5 millones de votos. Puede ser la forma de protestar _”No voy a votar por Maduro, pero le saco vainas a este mardito –sic- sistema con el carné ese del coño”- pero también puede ser que el carné de la patria no sea para aumentar el caudal de votos chavistas, sino para conservar su promedio, por lo que no es necesario que voten 16 millones, con que sufraguen 5 millones está bien, porque el gobierno también tiene una estrategia para inhibir a la oposición en las elecciones. Si la tiene, le funciona.

Finalmente, con Ratio UCAB. Interesante, la firma constata como la autopercepción política se equilibra -33% opositores y 27% chavistas, una diferencia de apenas 6 puntos, cuando en otros tiempos no tan lejanos, las diferencias fueron de dos dígitos- y la percepción sobre la situación del país baja su intensidad: se percibe mal, pero menos “muy mal”. Igualmente, la subida en la evaluación favorable del gobierno: del 18% al 32% en un año, casi el doble.

Hay dos preguntas que llamaron mucho mi atención, porque contrastan con la forma cómo percibo mi cotidianidad y las cosas del país –percibo una cotidianidad dura y ruda; y una situación del país que va hacia lo que llamo desde 2016 un “Escenario gomecista con mínimas reformas” (aunque luce que Maduro optó por hacer más reformas de las que pensé para ese escenario)- y son las relativas a la tranquilidad luego del 20 de mayo, y las emociones que la persona siente luego de esa fecha.

Respecto a la primera, aunque la mitad opinó que la reelección de Maduro no trajo la tranquilidad a la persona y a su familia, un 26% dijo que sí. Es decir, uno de cada 4. Se dirá, nuevamente, “son los chavistas” (duros o lo que sea), pero aún así, no deja de ser sorprendente para mi, que con la intensidad y peso de la crisis, ese valor. Ciertamente, con Maduro hay un orden político, pero que se vive como conflicto. La doctrina política seguramente explicará la respuesta, pero no descarto un proceso tipo SJT (el orden político de Maduro frente al vacío que deja ver el orden político que propone la oposición). 

En cuanto a la segunda, no deja de llamar la atención un 27% que dice estar “Esperanzado”. Aunque se dirá, “esos son los chavistas”, y si se suma el 13% que afirmó estar feliz, totaliza un 40% de la población. Es decir, 4 de cada 10 venezolanos manifestaron grados de esperanza y felicidad luego del 20 de mayo. Si se ve al revés, tal vez la idea de una SJT pueda tener base o verse con mayor claridad: la suma de “decepcionados” (23%) y “tristes” (21%) que totaliza 44% son emociones seguramente concentradas en el bloque opositor. Aunque como método no es válido lo que voy a hacer, es tentador pensar que un 44% con emociones negativas tiene su contraparte en el 44% que dice poseer el carné de la patria. Decepcionados y tristes, pero con su carné. Si esta actitud importa -hacia el carné de la patria- no quiero imaginar el nivel de disonancia que tendrán estas personas, lo que abre la puerta a una SJT.

Nota: no hago un juicio sobre quienes posean o no el carné de la patria, en términos de “mejores o peores”, “dignos e indignos”, o creerse mejor que el resto de las personas. Conozco a muchas personas que lo tienen. Mi conclusión luego de vivir en una forma autoritaria que comenzó a partir de 2002 y que tiene muchas pieles y cambia constantemente, es que se resiste un día a la vez, y aunque pases las pruebas, ninguna nunca es definitiva. Tal vez en la próxima prueba, te “quiebres”, de manera que lo esencial es la conciencia de las pruebas y las decisiones en el momento, cuando la prueba llegue, que nunca será la última. Citar a Hannah Arendt no te va ayudar, pero leer a Arendt puede darte luces para actuar cuando llegue la prueba. Pero en ese momento, eres tu y tu conciencia, no Arendt o cualquier otro autor de ideas o filosofía política. Es mi aprendizaje: debo leer sobre ideas y filosofía política, pero no me van a ayudar a pasar las pruebas autoritarias. Al final, soy yo y lo que soy. Es algo más práctico, de carácter, que teórico o de conocimientos políticos o morales, porque se está dentro de un sistema, y es difícil decir que
de esta agua no beberé
”, 
aunque esa es la actitud. La fuerza de quien sabe que siempre está sometido a pruebas. Otro aprendizaje es a respetar cuando alguien se quiebra o lo quiebran. También entender la nuez de la frase, “el miedo es libre”, e igualmente respetar eso. Otra conclusión es que los que hablan duro, son los primeros que quiebran o se voltean en las chiquitas. La sobriedad es fortaleza, la gritería debilidad.

Todo lo explicado acerca de un posible SJT son conjeturas. Requieren de mayor validación, porque mi presunción puede estar equivocada. Sencillamente, la gente percibe lo que percibe, sin que medie ningún mecanismo de falsa conciencia. Genuinamente lo evalúan así. O tal vez medien otros procesos cognitivos. O tal vez sea yo el que proyecte mi incapacidad como clase media –la clase social que realmente ha sido sacrificada en todo este conflicto político- para manejar la crisis, frente al sector popular que indudablemente muestra mayores –no sé si mejores- niveles de resiliencia que la clase media. O tal vez estoy muy influido por el lenguaje de las redes sociales opositoras, que es muy negativo y paralizante, lo que también contribuye a explicar la poca eficacia de la oposición: su propio lenguaje la anula. 

Sin embargo, como comenté al comenzar esta entrada, el contraste entre una vida cotidiana muy dura y las respuestas de los estudios de opinión –aunque sea “el chavismo el que habla”- me despertó la idea que puede haber méritos para considerar procesos de SJT en la población venezolana. En sencillo, la intensidad de la crisis es muy fuerte para ciertas respuestas que dan los estudios de opinión. 

Si un proceso de SJT existe, no sólo podrá explicarse por las acciones del gobierno, sino también por lo que la oposición hace. Es decir, las personas aceptan con menos resistencia la realidad política de Venezuela. No significa que sean más pro gobierno por convicción, sino –y es mi tesis- en ausencia de la oposición como alternativa –ésta desapareció dentro de Venezuela, y la lucha política ahora se hace fuera de Venezuela- los ciudadanos aceptan la realidad que viven, y el sistema donde están. Tal vez esto lleve, por ejemplo, a que cerca de 5 de cada 10 personas de la oposición y 6 de cada 10 de los no alineados, tengan el carné de la patria. Igualmente, por qué 4 de cada 10 venezolanos tiene emociones positivas luego del 20 de mayo. Sencillamente, porque es lo que hay; porque al no percibirse alternativas distintas a Maduro, las personas aceptan al gobierno y sus políticas. Esto pudiera explicar por qué los números del gobierno mejoran. En algunos casos, habrá gente que realmente evalúe al gobierno bien porque así lo cree, pero en otros casos puede ser una respuesta instrumental (para sobrevivir, vivir, ajustarme o vacilarme al sistema, al chulearlo). En otras palabras, el gobierno es lo visible, lo que existe, y hay que vivir con él, por lo que se le acepta. La respuesta psicológica es justificarlo para explicar por qué viven en ese sistema, sin el “ratón moral” de no enfrentarlo o la conciencia de no poderlo cambiar, es decir, una SJT. 

De manera que el gobierno tiene más aceptación, pero no por sus propios méritos o realizaciones –aunque su Estado de bienestar abarca a más personas- sino porque no hay una alternativa viable de poder que debería ser la oposición, pero en mi criterio, adoptó una mala estrategia, la diseño peor, y la aplicación fue desastrosa, y la fractura o quiebre fue en la oposición, no en el gobierno. En ese contexto, las personas se conforman, y para reducir la disonancia de saber que conviven con un gobierno que no les gusta, lo justifica y aceptan a través de los mecanismos de la SJT. 

Si esto es así, la oposición debe abordar la situación desde otras perspectivas, que no se limiten a la “crisis humanitaria” o a la “transición”, sino a las micro-fundaciones del poder en Venezuela. 

Parte de su poca eficacia política a mi modo de ver, descansa en un aproximación macro y muy alejada de lo que ocurre en Venezuela, que se manifiesta en un lenguaje muy sovietizante y sovietizador; todo se remite a la URSS, “con Stalin pasó tal cosa”, “en la RDA se hizo algo igual”, y en casos más extremos: Mao y Pol Pot hicieron tal cosa. Ese marco de referencia comunica a una oposición muy débil, vulnerable, y en pánico. Inerme. Tal vez se sepa mucho sobre la “transición en Polonia” o qué tanto todo lo que Maduro hace, replique a la URSS o a la RDA, pero se sabe poco sobre cuáles fundamentos de Venezuela o bases sociales, políticas, culturales, etc de nuestro país operan para producir una estructura así, si es el caso (que no creo será así de paso). 

Huir a la URSS o a la RDA para no analizar la realidad venezolana o hacer que se analiza, no sólo me parece un mecanismo de evasión, sino una zona de confort que prestigia y “da caché” en la oposición a quien maneje ese lenguaje, pero lo debilita para analizar la realidad venezolana desde sus propios méritos, que es lo que habría que hacer si efectivamente se quiere un cambio de gobierno, y no que me cambien al gobierno, que es lo que en el fondo se desea, aunque no se reconoce así (la catarsis con la invasión o la operación de extracción). 

Por lo pronto, con mi buen amigo del mundo de la política, seguiré analizando la realidad del país, aunque creo que por un tiempo, le diré como ahora, “Qué análisis tan bueno, y todo muy importante…..pero cuando voy a mi día a día, no veo nada de lo que examinamos, y lo que hablamos choca con esa realidad cotidiana”.

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