¿Se vende Citgo?


A mediados de los 90, con pocos años de graduado en una de las carreras civiles que estudié -ciencias políticas; la que todavía ejerzo, de las otras carreras, he ejercido poco o nada- escribía para la revista Gerente. Se me pidió un trabajo, que fue para mi todo un reto: los escenarios para los próximos 10 años. Proyectarse hacia el Siglo XXI no fue tarea fácil y leyendo hoy esos escenarios, me equivoqué bastante, pero también hubo aciertos: pronosticar el mayor autoritarismo del gobierno, una mayor participación política de las FAN, y más conflictos sociales. 

En lo económico -y por eso la anécdota- lo previsto era que para mantener el orden político, los gobernantes podrían optar por la venta de activos de Venezuela.

En ese entonces -y lo mantengo hoy- no veía ánimo en la sociedad venezolana para superar su rentismo, sino mantener su estilo de alto consumo, prepotencia, e ineficiencia. Que dejar esto y ser una sociedad "normal" en cuanto a producción y consumo se refiere, suponía un giro cultural y político de envergadura que las elites ni buena parte del país, estaban dispuestas a dar, y la mejor "solución" era mantener ese estilo de vida -que a todos beneficiaba, a unos más, a otros menos- vendiendo activos. Así como una familia acostumbrada a gastar, pero que de repente se queda sin dinero, y opta por vender el carro, los cuadros, la vajilla, joyas, una vez que sobregiró las tarjetas y raspó las "de débito", para seguir en el gasto, en vez de plantearse su nueva situación y cambiar. 

En los 80, una famosa serie de TV, Dinastía, colocó en boca del magnate de la serie, Blake Carrington, una frase que sintetiza el modo cultural venezolano todavía vigente, "La mejor manera de ocultar la bancarrota es derrochando"

El ahorro, el uso eficiente de los recursos, no derrochar, no es solo un problema económico sino cultural en Venezuela. El gasto en exceso es visto con agrado porque comunica riqueza y "ser alguien". Ahorrar o ser eficiente, culturalmente no se ve bien. Se penaliza. Se vincula a pobreza, a penurias, a ser pichirre. De aquí el disfrute que se observa en las estaciones de gasolina: cuando el pico bota gasolina porque el tanque ya está lleno y se le sigue dando a la palanca para llenarlo más, como señal de abundancia, de que hay. O con los botes de agua enfrente de las casas, que no se reportan; ese extraño disfrute de ver el agua corriendo en la calle. O la luz encendida de día. O tirar basura apenas se limpia. O la prepotencia cotidiana del venezolano (en todas sus clases sociales). 

Me temo que la oferta para la venta de Citgo que vuelve a la opinión pública en una nota de Reuters, responde a la lógica de Blake Carrington y no a la defensa de los intereses del país, o una necesidad del plan de negocios de PDVSA.

Asumamos el papel del abogado del diablo y justifiquemos la venta de Citgo porque los recursos que van a entrar producto de la oferta, se usarán para construir los mejoradores que procesarán el crudo pesado de la Faja, proyecto vital para Venezuela porque de su desarrollo depende que aumentemos la producción de petróleo, hoy estancada o en descenso, como sugieren estudiosos del tema. Al menos en el corto y mediano plazo, la viabilidad de Venezuela como sociedad se llama Faja petrolífera del Orinoco o FPO.  

De acuerdo a Reuters, el negocio por la venta de Citgo puede alcanzar los 10 mil millones de dólares. 

No sé nada de finanzas. De presupuestos. De ventas. No tengo la viveza venezolana de "estar en algo". Tengo lo que los psiquiatras llaman el money complex; es decir, no sé cobrar y cobro tarde, siempre con pena. Por eso estoy estoy estancado en mi carrera, entre otras razones. Sí me toca llevar 3 casas y una oficina, y eso me acerca al manejo de un presupuesto. 

Ese manejo y mi percepción que la sociedad venezolana es de alto consumo, prepotente, e ineficiente, me lleva a pensar que esa cantidad -si se logra- no será mucho para la estructura de gastos de Venezuela. Nos comeremos los 10 mil millones de dólares -como ha ocurrido en otras ocasiones- y estaremos en la misma situación, pero sin el activo el cual, de acuerdo a Reuters, puede generar ganancias de mil 500 millones de dólares al año.

Además ¿Quién garantiza que ese dinero no se lo van a robar, como los dólares de Cadivi y las intocables "empresas de maletín"? No hay garantías y dados los antecedentes, lo más probable es que los rent seekers se queden con la parte del león y la sociedad con las deudas. Y con más frustraciones y disposición a escuchar discursos extremistas, que se aprovechan de la pauperización de la clase media para tener ganancias políticas, como sucede hoy: quién diga más gritao "Nicolás", se lleva los aplausos. 

¿Por qué el gobierno insiste en esta venta, entonces? En la entrada de este Blog  titulada El sacudón de Maduro argumenté que las medidas de Rafael Ramírez no quedaron descartadas con el "sacudón", pero sí la velocidad en que estas medidas se aplicarían. Comentaba que veía dos: al ajuste al precio de los combustibles y la unificación cambiaria. No mencioné la venta de Citgo.

Así se venda como dijo Ramírez, con los contratos de suministros asegurados, Venezuela pierde: ya no será el dueño de Citgo, sino un proveedor más de Citgo.  

Pensé más como venezolano que como político. Un error. 

Desde el punto de vista venezolano no es una buena decisión porque no solo se pierde un activo sino parte de la identidad del país -al menos, teóricamente, somos dueños de "algo" afuera, para decir en los states, "soy dueño de Citgo"- pero desde el punto de vista político, no es una mala decisión ¿Por qué?

Porque Citgo es algo que está lejos y que su venta tal vez no se sienta mucho, pero los ingresos momentáneos para el derroche, sí se sentirán. Por corto tiempo, viviremos otra vez la sensación de bonanza, de nuevo el derroche, el gasto, la prepotencia del "soy alguien, surgí, miren los corotos que cargo que lo prueban, que un pendejo como tu no tiene". Al menos por unos meses más evadiremos la bancarrota, en una sociedad escindida desde el punto de vista político. Para esto último, no hay Citgo que lo cure.

Si damos por buenas las cifras de Hinterlaces, un 46% expresó estar poco o nada informado sobre la captahuella o la papahuella, nombre dado por la oposición en su creencia que ser alternativa, es buscar frases que piensa son las que "quieren escuchar en el barrio". 

Si casi la mitad de los venezolanos y venezolanas saben poco o nada sobre un aparato que va a regular nada más y nada menos que la compra de alimentos -lo esencial- ¿Cuántas personas saben qué es Citgo y que está en proceso de venta? ¿Algún encuestador se entusiasma y revela los guarismos de Citgo, si los hay?

En cambio, aumentar la gasolina y ajustar el tipo de cambio se va a sentir, en sus costos, no en sus beneficios. Por otra parte, en nuestra historia estas medidas están asociadas al coco de las elites, las que gobiernan y las que aspiran a gobernar: un nuevo Caracazo.

Lo menos que puede hacer el gobierno es estimular un debate sobre esta venta, y también la sociedad debe exigirlo, más allá de las incendiarias frases para el público "extremo" que "vender Citgo es traición a la patria". Está bien, frases así traen aplausos, y tal vez una nominación para algún puesto de elección que hoy se niega, pero no resuelve el problema de desprenderte de una fuente segura de ingresos.

El centro de ese debate es la AN. En el pasado, cuando la ley de nacionalización en los 70 y la apertura petrolera en los 90, el Congreso fue el epicentro del debate. Lástima que Alí Rodríguez hoy esté tan callado. En los 90, tenía mucha tribuna junto a personajes que hoy se los comió el silencio como Mendoza Potellá, Al Shereidah, Bernard Mommer -del grupo, parece que es quien mejor aprovechó eso de ser "experto petrolero"- y Silva Calderón ¿Tendrán algo que decir o porque la venta la hace un gobierno "socialista" es mejor el silencio para evitar problemas? 

Finalmente, esta decisión debe ser sometida a referéndum consultivo, que si bien no es vinculante, políticamente su resultado tiene efectos. El pueblo, la sociedad, debe decidir qué hacer con su activo: venderlo para tener algo hoy y no tener la capacidad para generar recursos mañana; para comprometerse en el uso adecuado de esos recursos, para generar capacidad de producción que nos coloque en 6 millones de barriles diarios en unas décadas; en fin ¿Qué piensa la sociedad? Ojalá los líderes estén a la altura del debate -si ocurre- y del pre debate, que sucederá. 
  
Lo cierto es que desde mediados de los 90 a la fecha, en su cultura y estructura, no hemos cambiado mucho, a pesar que aquí ha pasado de todo. Hay algo que hace que como sociedad no seamos capaces de re-sentir (sí, escrito así, para diferenciarlo del otro resentimiento, ese que nos come como sociedad, a pesar del "humor" y "chistes" que todo el mundo exhibe) lo que nos pasa, de vivir y sentir la historia, para tenerla como aprendizaje e impulsarnos hacia el futuro. Es una, si cabe la expresión, resiliencia negativa que tenemos como sociedad. 

Así estábamos en los 90 y así seguimos hoy: no asumimos la bancarrota (o las dificultades), más allá del discurso de la queja y de esperar el colapso del gobierno, y queremos seguir en el derroche para mantener la fantasía de un país que quiere vivir como Donald Trump pero sin la productividad de Donald Trump. 

Así me luce la probable venta de Citgo. Otro motivo para escindir más a Venezuela.

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