¿Somos así o son las circunstancias?




La corrupción es parte de nuestras vidas. Marca nuestra identidad como sociedad, con todo lo que eso suponga.

Gobiernos vienen, gobiernos pasan, y el tema sigue allí. Cada nuevo gobierno promete su cruzada contra la corrupción. La cruzada termina en nuevos casos de dolo. Hasta el próximo gobierno, que repite el ciclo.

Chávez y su movimiento cabalgaron en la corrupción de los gobiernos de AD-Copei, para ganar en 1998. Hoy, el gobierno socialista llevó la corrupción a niveles nunca conocidos previamente: la industrializó. Corrupción C. A

Escuchamos mayormente hablar de los grandes casos -como los "20 mil millones de dólares de Cadivi"- pero en esta entrada me quiero referir a lo que cada día leo más en la prensa: la corrupción cotidiana, esa que parece inofensiva, pequeña, que no tiene efectos. Aunque los tiene y cómo.

La corrupción cotidiana tampoco es nueva en la historia de Venezuela, tal vez se le percibía inofensiva, se convivía con ella -los regalitos o cosas por el estilo- la sociedad lo tolera y en cierto modo lo celebra, esa corrupción pequeña, como parte de la viveza del venezolano. Del venezolano sabrosón que hasta no hace mucho las elites modelaban como el prototipo al que uno debía aspirar si quería sentirse aceptado y reconocido en Venezuela. Uno aprende que la ley y los procedimientos son para los pendejos, y no seguir ese prototipo como modelo, equivale a ser visto como extraño, como alejado de ese venezolano sabrosón, lo que no te hará muy popular.

Al final, comportarse de acuerdo a las normas es una decisión personalísima, y quien la tome debe saber que se expone a ser un extraño en su propia sociedad. El discurso privilegia la norma, pero el modelaje refuerza la anomia ¿Por qué sorprenderse con los niveles de transgresión que vemos hoy, si eso es lo que se ha cosechado en años?  

No sé si las personas o las elites siguen pensando que el venezolano sabrosón sea el modelo a seguir, pero me parece que la corrupción cotidiana cada día invade más a la sociedad, aunque se tenga toda la vida conviviendo con ella.

Hace unas semanas escuchaba en YouTube el análisis del padre Arturo Sosa -exRector de la Universidad Católica del Táchira-  acerca del momento político nacional, y en su exposición, Sosa comentó cómo varias personas han incursionado en el bachaqueo en Táchira, como vía para redondear unos exiguos ingresos. Y gente con profesiones que llevan a pensar en comportamientos contrarios al contrabando: docentes.

Pero también son las verificaciones a personas sobre el uso adecuado a las divisas que reciben, que hace Cencoex. También, para el uso honesto del chip de gasolina.

Sin embargo, tres noticias ponen el tema, otra vez, como asunto de interés, ahora cuando muchos nos cuestionamos ya no la política venezolana, sino su constitución más dura: su cultura ¿De qué madera estamos hechos realmente? 

La primera, es la detención del subdirector del Hospital Victorino Santaella por contrabando de medicinas. La segunda, la línea del Estado Conviasa despidió a 103 trabajadores por estar vinculados en irregularidades con boletos y equipajes.

Una empresa aérea con cerca de 1.000 trabajadores, que el 10% de su plantilla haya sido despedido por irregularidades, pone a pensar. No solo por la viabilidad de la empresa en sí, sino por el clima de Venezuela. 

Finalmente, una noticia que seguramente -como todo lo importante en Venezuela- "pasará por debajo de la mesa": el anuncio de la cadena Farmatodo de racionar la compra de ciertos artículos ¿La razón?

La empresa afirmó que contrató a Datanálisis un estudio que reflejó que el 70% de los compradores de Farmatodo son revendedores. La reventa se sofisticó tanto, que el estudio identificó tres tipos de revendedores: los que compran para revender, los que compran para que otros revendan, y los que guardan cupos en las colas que -de acuerdo a Farmatodo- se hacen todas las mañanas cuando llegan los camiones de suministros a las distintas farmacias de la cadena. 

También el estudio reportó comportamientos violentos: los revendedores amenazaron y agredieron a los dependientes de las tiendas, por controlar la venta de productos escasos.

Se impone la lógica de la escasez: si un Atamel vale en lista 5,3 bolívares, pero el llamado blister de 10 se vende en 100 o 200 bolívares (la caja, entonces, cuesta en la economía de la escasez entre 200 a 400 bolívares), alguien se llena, y de forma fácil. Igual pudiera decirse con otras cosas también escasas: el dólar, los pasajes, repuestos, y casi todo. 

¿Qué nos pasa? ¿Siempre ha sido así y ahora es que uno se da cuenta, porque estos hechos son noticia? ¿Somos corruptos por naturaleza o son las circunstancias? Esta pregunta me interpela en estos momentos, y mi respuesta es la segunda opción.

Quienes leen este Blog pueden inferir que me ubico en el grupo que ve el vaso medio lleno y no medio vacío, cuando de Venezuela se trata. El pesimismo no me parece propio de quien aspira a servir a otros. Además, desde el punto de las ideas políticas, me huele a positivismo, por lo que, inevitablemente, se concluye en el gendarme necesario, que es lo que mucha gente busca en Venezuela, de ambos bandos

No estoy en el grupo que espera el colapso. No estoy esperando el desastre producto del default, de la decisión del Ciadi, de la baja del precio del petróleo, o lo que se escucha ahora: que no habrá Navidad, o que no habrá panetones, pan de jamón, alcaparras o aceitunas. Afortunadamente, ya aparecen en las panaderías de la calle. Caros, pero allí están; panetones, pan de jamón, y ya hay lugares donde ofrecen el tradicional plato navideño, sabroso almuerzo después de una jornada mañanera de trabajo, caminando por toda la ciudad. 

No estoy en el grupo que espera el peo que resuelva nuestros problemas, y no el trabajo constante. Apuesto a la política, no al desorden o al bochinche. 

Como soy cachilapo, no puedo darme el lujo de quejarme o ser pesimista. Siempre toca estar en las trincheras o en la línea de ensamblaje. Cuando estás allí, quejarte o esperar el peo no te ayuda a hacer tu trabajo o a solventar los miles de obstáculos que hay en la cotidianidad. En esos niveles, lo que ayuda es aportar soluciones, siempre ver las cosas con la mente tipo ¿Cómo se puede resolver esto? o, por lo menos, ¿Cómo reducir los efectos negativos o el sufrimiento de una persona o grupo?

Estar todo el tiempo a la espera de un peo para regenerarnos como sociedad y comenzar desde cero, puros, me resulta igual al discurso de las técnicas de la resistencia no violenta. Cosas de gente bien que tal vez los vio en algún viaje o en el cable, pero que en el fondo, no tiene problemas reales en la vida. Cuando hay problemas de verdad y estás solo, la queja o esperar el peo que cambie la vaina, realmente no ayudan para nada. 

A pesar que el tema de la corrupción ha tenido abordaje desde la academia como parte de nuestra historia e identidad, pienso que la mayoría de las personas en Venezuela son honestas.

Si bien no puedo generalizar, pero tengo vivencias que me hacen pensar lo anterior. Por ejemplo, por trabajo, me toca caminar mucho por la ciudad y en algunas zonas en las que transito con frecuencia, con el tiempo, conozco a quienes viven en la calle. 

A pesar del tiempo que nos conocemos, quienes piden algo, lo hacen no sin cierta resistencia. Lo hacen con pena. Me parece un indicador de esa honestidad. Así lo pienso porque mi rezonamiento es que si me tocara estar en una situación así, pediría sin pena. Reclamaría por qué las estructuras de la sociedad venezolana son intrínsecamente violentas (que lo son. Este es un país de amigos y para los amigos, para nadie más, tal vez por eso su violencia que se sintetiza en la terrorífica expresión, Tal cosa -educación salud, etc- es para todos, o no es para nadie). Sería violento en mis respuestas. En cambio, consigo lo contrario: modos y razones, a pesar de la adversidad personal. 

De manera que la explicación que tengo para este aumento que se registra en la corrupción cotidiana, son las circunstancias. La más importante, una economía desfasada y un sistema de controles que en una cultura de la viveza como la venezolana y del ser alguien al precio que sea, potencian las posibilidades para entrar en la corrupción. 

En un país normal, con una economía y controles decentes, muchas personas que se meten en actividades de corrupción cotidiana (las que no exculpo ni justifico, porque los individuos deciden qué hacer con su libertad, y pueden escoger tener una vida buena, que no sé si será una buena vida, pero para mi vale), posiblemente no lo hubiesen hecho. 

¿Pero si el dólar el gobierno lo fijó en 6,3 pero en la calle está en 100, y entes públicos y particulares ya enjugan su déficit por esta vía, qué puede impedir que alguien vaya y raspe su cupo? Es lo que se modela.  

Igual con el precio de las medicinas, comida, repuestos para autos, cemento, cabillas, todo regulado, pero cuyo valor es otro en el mercado real, no en el mercado de los planificadores, donde la escasez no existe. Todo es abundancia de recursos y del hombre nuevo

¿Es o no corrupción raspar el cupo? He escuchado discusiones en la que se dan argumentos a favor y en contra. En mi caso, pienso que es corrupción y engaño pero ¿Por qué privarle a una persona el ser alguien con la divisa, si ésta viene del petróleo, y dicen que el petróleo es mio? Además, esa viveza será admirada -de forma pública o secreta- y ya no seré el pendejo que debo matarme trabajando, para tener un nivel de vida más o menos ahí

Cuando me toca este tipo de discusiones, solo expreso mi opinión que es corrupción, pero hasta allí. Sin emitir juicios de valor hacia otras personas ¿Cómo hacerlo en un país donde el sistema de precios está sumamente averiado?

Las crisis como las que vive Venezuela promueven una mentalidad del tipo, Si no soy yo, es otro, así que aprovecho. Si no aprovecho el cupo, otro lo va a hacer. Si no aprovecho mis dólares de Cencoex, otro lo hará. Y así con todo.

Lo malo de todo esto es que nos convertimos en una sociedad de pícaros y mendicantes, y refuerza en el venezolano un atributo que ya lo caracteriza: creerse el mejor, por lo que el conflicto y no la cooperación, son más comunes hoy ¿Tal vez eso explica el clima de agresión que se percibe en la calle, cuando uno camina, y lo agresivo en que a veces uno está caminando?

También la corrupción cotidiana es otra forma de polarización, de división entre los venezolanos. Los que aprovecharon, porque son astutos, tienen la paciencia para eso, o menos escrúpulos o rollos. Los que no aprovecharon porque no quieren, porque no pueden, o porque el tema abre dilemas éticos y crea disonancia. Entre unos y otros hay resentimientos: los canastilleros de la crisis  que son exitosos o los conformistas que se acostumbran, que son fracasados, pero honestos. Una degradación de Ifigenia: la tensión entre los Alonso y los Leal. 

Que sea cotidiana, la corrupción también nos cambia. No es simplemente leyes y castigo, sino que ella cambia nuestra historia y nuestra manera de relacionarnos como comunidad. Y a nosotros mismos. Ya no se trata de la corrupción de los políticos; distinta, que puede construirse como algo extraño, alejado de mi, que preserva mi pureza porque es la corrupción de los poderosos.

Tampoco la cotidiana: ya no es el regalito o la botellita que se da en Navidad. Ya es algo más industrializado. Revender en Farmatodo supone el desarrollo de una tecnología: revendores, personas que hacen cola, movimiento de los camiones de carga de la empresa, horas, sitios para llevar lo comprado, cadenas de comercialización. Ya no es una botellita, ya eres parte de una estructura que te cambia como persona. Ya se cruzó una línea de la que es difícil regresar, por más Sundee o precios justos que se busque imponer vía decretos. 

Perdimos la inocencia que creíamos tener por no ser políticos. Tal vez alguien esté matando tigritos para parapetear el presupuesto familiar y, de repente, observa que el vecino cambió su estilo de vida de un día para otro raspando cupos. Ya no son los los políticos, sino gente como uno. Tu y tus tigres. Tu vecino, en cambio, se muda para su nueva casa...

Esa mezcla nos cambió como sociedad y no nos da la excusa para zafarnos del problema. Es gente como nosotros, que tal vez conocemos, que lo hace de forma regular. Allí están ¿La banalidad del mal? No. La banalidad de la corrupción.  

Que médicos y maestros -en teoría, actividades que deben tener como norte el servicio a otros- incursionen en este dolo muestra las contradicciones y tensiones de muchas personas ¿Cómo harán para manejar esas dos personalidades? Puede que en un clima laxo como el de la sociedad venezolana (no ahora, desde siempre, alejado de cualquier criterio de disciplina o procedimientos, porque aquí todo el mundo es arrecho), tal vez no importe, pero en el agregado social sí ¿Cómo esperar tener mejores ciudadanos si quienes deben modelar esos comportamientos no pueden por tener vidas paralelas

¿Cómo distinguir el país real del país corrupción? Sería interesante aproximar el PIB de las actividades ilegales, y compararlo con el PIB normal de la economía.

Ya no seremos los mismos, así se cambie de gobierno (que hay que cambiarlo), pero sí podemos tomar conciencia de lo que esta corrupción cotidiana representa, y apelar a la Venezuela honesta. No en el sentido de los buenos frente a los malos, sino en la capacidad para resistir las pruebas que un sistema con incentivos alrevés nos coloca diariamente.

Una vía es con el modelaje. Pero no el modelaje bobo de las elites (como la Patria boba), de muchas campañas de responsabilidad social. Me refiero el modelaje real, de personas concretas con puestos de liderazgo de cualquier tipo, pero concretos, y no el modelaje mediático de una cuña o de un calendario de responsabilidad social.

La sociedad venezolana es muy dada a hablar de modelaje. Ahora le toca ponerlo en práctica.

Otra vía es internalizar la auto-regulación con información, para que no nos regulen con una captahuella o cualquier otro mecanismo electrónico para racionar el consumo. El ajuste de los tarifas a los estacionamientos es un buen experimento.

Me ha tocado -hasta ahora- pagar tres tipos de tarifas, luego del ajuste hecho el día 20-10-14. Confieso que a pesar que soy socialdemócrata -es decir, la regulación del Estado no la veo como un coco, como las elites venezolanas, aunque para este grupo, una economía subsidiada bien vale un cuadro de Adam Smith o de Hayek en la oficina o en una sala de reuniones o de junta), la tarifa más alta que he pagado me molesta. Me gustaría una tarifa única. La incertidumbre de la tarifa no me agrada (es decir, el mercado).

Bien haría Anpage si le dice a sus afiliados que publiquen en un lugar visible de los estacionamientos, el tipo de estacionamiento que es (no sabía que hay tipos de estacionamientos), la cantidad de puestos que tiene, la empresa de seguros para los usuarios, y la tarifa que corresponde, de acuerdo a la resolución oficial.

Con información, uno podrá aceptar las bondades del mercado, pero a los arrecho venezolano, no y no. Como dice el refrán, a macho, macho y medio. Si así va a ser nuestra forma de relacionarlos como sociedad, no me gusta y lo evito, pero si no queda otra...será. 

Apuesto, entonces, a la Venezuela honesta. Muchas veces, temprano caminando para ir a alguna actividad de trabajo, veo a gente como uno, también para sus labores. Algunos con su cafecito. Otros con una arepa envuelta en papel de aluminio, dándole. Otros, comprando una empanada y un café en las famosas ventas de este alimento, en cavas de anime, en alguna esquina, con una malta. Otros con sus loncheras o una bolsa de panadería, con el tradicional cachito y un cuarto de jugo.  

No pienso que esas personas acepten la corrupción cotidiana como un destino inmodificable. Nadie puede aceptarlo. Reconocer que existe es el primer paso para superar esto con lo que ya no convivimos, sino que somos y nos transformó como personas y como sociedad, aunque no lo queramos aceptar. 

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