Evito opinar acerca de las cosas de los
estudiantes. Muchos se expresan con genuino interés hacia este grupo, pero otros
aprovechan la favorable imagen que tienen los alumnos, para endosarse lo que la
expresión “estudiantes” tiene en nuestra historia: atributos todos positivos. O
para terciar en sus elecciones o decisiones, la que corresponde a ellos exclusivamente.
También fui estudiante y
representante estudiantil. Fui crítico –y sigo siendo crítico, afortunadamente,
ahora que hace mucha falta- participé en conflictos, pude actuar -ganar y perder- tomar mis
decisiones; pedir consejo, pero al final, decidir. Los estudiantes que hoy
actúan en un contexto diferente al que viví, también merecen la libertad para
hacerlo. Opinar desde la perspectiva de lo que uno hizo y haría hoy, parece
pedante y poco útil, porque cada persona y grupo vive su momento, con los retos
y decisiones de su tiempo.
Sin embargo, me voy a salir de
esa política para esta entrada del blog, porque en la semana del 12 de febrero
sucedió algo que me dejó un sabor amargo; un sabor que apunta a una situación
que percibo desde el año 2014 con más intensidad: un discurso que apunta a la disolución del voto,
de las elecciones, como valor y acto político para expresar una opinión, para el
cambio, o como espacio para dirimir conflictos, y se le coloca como algo no
principal, sino accesorio. Algo “que está allí, pero es prescindible”.
En el
mundo opositor gana espacio un clima de opinión -muy intenso en las redes sociales- que cambió la valoración del voto: del voto
pugnaz al voto ineficaz.
Pugnaz, en el sentido de la
conciencia de la desigualdad en las elecciones, pero se luchaba para ganarlas.
Se valoraba el sufragio y se luchaba por su eficacia.
Ineficaz, en el sentido que se
percibe que el voto no cambia nada, así se gane. No se le valora y no se le
percibe eficaz.
Pero vamos a lo de los
estudiantes, a lo que me dejó el sabor desagradable, relacionado con la idea anterior.
Se hicieron las elecciones para
la FCU de la UCV el 30-1-15. Ganó una fórmula y otra que compitió con el mensaje central que no era de partidos, quedó de cuarto lugar.
Llega el 12 de febrero. La opción
que ganó la FCU el 30-1-15, informó de una actividad para el Día de la Juventud en la UCV.
Aquí está lo que me dejó el sabor agrio: la fórmula que llegó de cuarto envió
un comunicado en el cual precisó que la propuesta de la FCU para el pasado 12-2-15
no respondió al “sentimiento de todo el estudiantado” y la calificó como
“aquietadora de la movilización estudiantil”. Este grupo convocó a su
actividad, aparte de la convocada por la FCU, el mismo 12-2-15.
Tal vez esta “doble convocatoria”
se debió a la inexperiencia o falta de tacto por parte de la presidencia de la FCU
para consultar a todos los estudiantes –las famosas “muchachadas”, las que en la política venezolana
ahora no solo se ven en “muchachos”, sino en otros menos “muchachos”, pero eso
ya es otro tema- y el asunto no pasó de un incidente, pero el punto agrio se mantiene y es el siguiente: competiste, hiciste
campaña, aceptaste las “reglas del juego”, definiste tu estrategia, tus
mensajes, tu fórmula para la FCU, fuiste a debates, te entrevistaron en medios,
usaste redes sociales….pero los estudiantes no te votaron sino lo hicieron por otra
opción ¿Por qué hacer una convocatoria aparte, con ese tono?
En política se gana y se pierde.
Si trabajas, vas a ganar. A veces se gana perdiendo. Otras, se pierde ganando.
En ocasiones, se gana ganando, y en otras se pierde perdiendo.
El sabor amargo es que las
elecciones parecen que no obligan. Participo, pierdo, y si algo no me gusta,
hago una actividad que contrasta con lo que hacen los ganadores de la elección.
Algo así como una “FCU paralela” para el día 12-2-15.
Lo que deja el discurso de la
disolución del voto es que siempre habrá una excepción para saltarse la
voluntad de los electores. Participar en una elección es una rutina, que
siempre puede saltarse. El sufragio no resuelve, tampoco dirime, y menos obliga
a aceptar lo que los votantes digan. Está sujeto al “mientras tanto” de las
excepciones.
Esta práctica la inauguró Chávez
cuando perdió la reforma de 2007. El famoso “Por ahora” de esa fecha y la
“Victoria de mierda”, con lo cual selló su desprecio a la voluntad del pueblo
que no quiso votar su reforma, a pesar que fue él quien la promovió e hizo
campaña por ella.
Aparecieron las excepciones. La derrotada
reforma de 2007 se aplicó de facto, vía decretos o leyes habilitantes, porque
había una excepción: una “revolución” está por encima de lo que piensen unos
electores que seguramente estaban “confundidos por la propaganda burguesa”.
Maduro también le agarró el gusto
a las excepciones. Los electores de un estado o municipio votan por un alcalde
o gobernador que no es del PSUV, pero el gobierno de Maduro les impone unos
“Protectores” para saltarse la voluntad popular, que no favoreció al
candidato oficialista, y se justifica con una excepción: “Es que el gobernador
no trabaja”, “Es un vago”, etc.
Pero esta disolvente “moda” llegó
al mundo no gobierno: los estudiantes votaron en una elección que ningún movimiento cuestionó, la FCU ganadora decide una cosa en el
ejercicio de su mandato, pero aparece una excepción para saltarse esa decisión
y hacer otra actividad ¿Y así se pretende ganar confianza en el país? Imposible.
La excepcionalidad supone que el elector no es genuino en su voto, porque
“está confundido”, porque “tiene miedo”, o por cualquier razón que lo presente como voluble. Un votante que no decide, sino que es
maleable por poderes externos. Volvemos a 1920 o 1930: la “teoría de la aguja
hipodérmica”. Las personas no piensan, no deciden, no evalúan; solo se les “inyectan” ideologías o emociones para que se comporten de una forma que no es de ellos, sino de otros. Las "teorías conspirativas" o la "propaganda subliminal", tan en boga hoy día.
¿Y durante la campaña para la FCU, las opciones “no
aquietadoras” de los estudiantes, no comunicaron ese atributo? Supongo que los
estudiantes sabían los atributos de las opciones, y al final decidieron lo que estimaron mejor para ese grupo.
Más que brincarse la voluntad
popular de los estudiantes de la UCV, la gran pregunta es ¿Por qué los
estudiantes no votaron por las opciones “no aquietadoras” de los alumnos, especialmente cuando son el grupo más activo para ir a la calle?
Mi punto es que si los electores
deciden una cosa, eso debe ser respetado. No hay excepciones. Si competí y no
gané, no puedo esgrimir una excepción para dejar de lado la decisión de los
votantes. Haz oposición, todo lo dura que quieras; pero respeta el derecho de
quien ganó a hacer su gestión.
Se dirá que lo anterior es para “tiempos
tranquilos” ¿Y una excepción hará que el tiempo se “tranquilice”? No parece.
Venezuela parece avanzar hacia
una suerte de pretorianismo estructural: cantidad de jefes y jefecitos que monopolizan
espacios de poder (de cualquier tipo y por cualquier medio), para hacer e
irrumpir cuando les de la gana, y aunque se comprometan, violan sus propias
promesas cuando les conviene, porque siempre habrá una “excepción” para burlarse
de los electores: la “revolución”, la lucha por la libertad, por “los caídos”,
por la soberanía, por la “patria”, etc ¿Y la sociedad? Aguantando sus caprichos, y se paraliza cuando a algún jefecito o jefecita no le gusta algo.
Insisto en un punto que he tocado
en otros artículos del blog: tal vez como nunca antes –si cabe una comparación,
las elecciones de 1963, serían cercanas- el voto y las elecciones enfrentan su
reto más difícil: sobrevivir y prosperar al discurso de la disolución del voto.
Son más los adversarios que promotores, los que hoy día tienen el voto y las
elecciones.
Nadie quiere sentirse obligado,
nadie quiere medirse. Muchos quieren seguir cobrando “las rentas” de un poder
que seguramente no es tal a los ojos de los votantes.
Regresamos a lo básico de nuestra
historia: construir un discurso sobre la eficacia del voto, instrumental y
ético, ante el discurso que lo anula.
No recuerdo si lo escuché de
muchacho en las reuniones familiares en las que se hablaba de política –que no para echar cuentos sobre política, que es otra cosa- o lo leí en algún libro acerca
de Venezuela, pero el mensaje es que cuando Luis B. Prieto y los pioneros de la
moderna educación venezolana promovieron hacerla accesible a todos, cambiaron
el Mauser por los lápices como vía para el ascenso social. Venezuela dejó de
ser una excepción para ser realidad tangible.
Hoy tenemos un reto similar: que
no se convierta en excepción, y sea realidad tangible en estos tiempos de cambios.
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