Otra vez con el voto



El valor del voto es tema frecuente en este blog. Para quienes como mi caso creemos en el sufragio como la posición para lograr concretar proyectos y visiones de país o para quienes lo ven como una disposición para canalizar la indignación y molestia, el estudio de la UCAB Percepciones ciudadanas del sistema electoral venezolano (N =1.200 entrevistas, campo del 10 al 25 de abril de 2015), tiene buenas y malas noticias, e interesantes desafíos que hacen mucha falta a un país tan inercial como es Venezuela. 

Comencemos por las malas. Es una: aumentó la desconfianza hacia el CNE. A la pregunta ¿Cuanta confianza tiene en el CNE?, las respuestas sumadas Poco + Nada totalizan 42% 56% y 64% en 2013, 2014, y 2015 respectivamente. En dos años, la desconfianza sumó casi 20 puntos.  

Además, la percepción es polarizada: el 75,1% de lo que el estudio llama “Resteados con Maduro” expresó “Mucha confianza” hacia el organismo electoral. En el polo opuesto, el 75,9% de los “Resteados con la MUD” manifestó “Ninguna confianza”. En otra pregunta, el 64,3% de los “Resteados con Maduro” opinó que el voto es secreto. En cambio, el 59,9% de los “Resteados con la MUD” afirmó que el voto no es secreto. “Houston, we have a problem”. 

En un país con un conflicto político que ya es existencial, una vía para abordarlo es tener una institución electoral que genere confianza, que hoy no existe. Estos números lo que sugieren es que cualquier elección en Venezuela será disputada porque los incentivos para no reconocer los resultados son muy altos –los públicos “resteados” que van a presionar para eso, y ya sabemos en Venezuela que son pocos y contados los "moderados" que se enfrentan a los "resteados"- y la única manera que parece visible para evitar esta pelea por los resutados, es que las victorias electorales sean por ventajas muy amplias o porque las partes en conflicto acuerden una reglas de relación electoral ad hoc, para cada elección.

La buena noticia es que el estudio registró un aumento en la valoración de ir a votar en elecciones organizadas por el CNE. En 2013, el 63% dijo que sí vale la pena hacerlo. En 2015, subió discretamente a 69 por ciento. Quienes opinaron que no vale la pena votar en comicios organizados por el CNE, pasaron de 33,7% a 31% en el mismo lapso.

Interesante es que en esta pregunta no hay polarización sino uniformidad. Un 90,8% de los “Resteados con Maduro” afirmó que sí vale la pena ir a votar en unas elecciones organizadas por el CNE. Un 81,6% de los “Resteados con la MUD” opinó igual. Unidos para valorar el voto, pero sus motivaciones para evaluar su eficacia son distintas y opuestas. Pero al menos hay un punto en común, con buenos porcentajes.  

Hay dos expresiones que recogió el estudio que seguramente no gustarán a los “arrechos” o “burda e’zumbaos”, que veo es la moda política ahora en Venezuela. Veamos:

Un 87% opinó que “Pase lo que pase, iré a votar en las elecciones de la Asamblea Nacional”. Y esta otra, lapidaria en cuanto a la percepción sobre cómo resolver las disputas o problemas políticos: un 85% manifestó que “Llegamos hasta aquí con el voto y saldremos de aquí con el voto”.

La primera frase, la certeza. La segunda frase, la convicción, que apoya la idea en la que creo: que el pueblo define al voto como su instrumento, su activo, su herramienta, su valor, o como se quiera definir, político por excelencia. El sufragio no es accesorio a la calle –como se quiere hacer ver- sino al revés: la calle es accesoria al voto. Que la primera influya a la segunda, ciertamente lo hace, pero la población privilegia la manifestación institucional y no pretoriana (aquí, la calle entendida no como la protesta organizada, sino como mecanismo para sacar gobiernos).

Es aquí donde tal vez esté la explicación del famoso “ADN democrático” del pueblo, del que se habla mucho. Pese a las provocaciones que a diario le toca enfrentar –que pudieran ser motivo para un conflicto civil- mantiene su convicción en el voto como una extensión de su vocación democrática. El discurso que busca disolver el sufragio o hacerlo irrelevante, no ha tenido éxito, a pesar que es un discurso poderoso.

Sin embargo, la buena noticia tiene sus límites. Hay una tensión entre querer votar y confianza en el CNE, que se resuelve en mantener la certeza de querer hacerlo, pero ¿Podrá mantenerse esa tensión en el tiempo? El estudio comenta que 3 de cada 10 afirmó que no vale la pena ir a votar en elecciones organizadas por el CNE. No es una cifra desdeñable o a la que hay que mirar con indiferencia o desgano.

Es aquí donde el optimismo tiene una limitación. Tal vez las cifras lo que muestran no sea certeza ni convicción, sino rutina. El voto también fue metabolizado por la inercia que oxida a la sociedad venezolana. Más que convicción, es un hábito, además nada costoso frente a la otra opción: cambiar un gobierno por métodos de fuerza (golpe, revolución, tumulto).

La tensión puede, entonces, explicarse así: no confío en el CNE, pero voto porque es una costumbre, que además evita el conflicto y salir de mi zona de confort.

Si es así, entonces, las elecciones no resuelven nada. Se vota, pero eso no cambiará la situación política, aunque afecte las correlaciones políticas. Así, se votó para la AN en 2010 pero nada cambió. Y se votará para la AN de 2015, pero nada cambiará. Es una rutina o, como diríamos en psicología social, un “mecanismo adaptativo” que evita un conflicto, pero todo lo demás será igual. El voto-confort o el voto-ineficaz

Si este es el escenario –que no hay que descartar para Venezuela; una sociedad que por afuera echará muchos chistes de béisbol o tendrá mucha chispa, pero por dentro, es una sociedad muy resentida, con muchas “facturas por cobrar” entre grupos- hay tres opciones: que el liderazgo marque la diferencia porque lo que no resuelve el voto, lo resuelve el liderazgo y las instituciones, lo que nos lleva a la calidad de ambos, pero no es tema de la entrada; que se mantenga la rutina y el “mecanismo adaptativo” del voto-confort; y, finalmente, que la representación social del voto cambie por la discusión y el debate en la opinión pública, y su imagen no sea la máquina, el dedo con tinta, o las “cajas”, sino otra imagen: el voto como rebelión y desobediencia, más allá de la abstención, los votos nulos, o los votos en blanco. Del voto-confort al voto-rebelión. 

Pero por lo pronto, para quienes defendemos la idea del voto como experiencia central, no accesoria a la calle, para ofrecer proyectos o cambiar gobiernos sin derramar sangre de gente común, nos entra un aire y una satisfacción al ver las cifras del estudio de la UCAB. La convicción del pueblo en el voto es fuerte, a pesar de los múltiples y poderosos intentos que se hacen para debilitar esa seguridad.

Una buena noticia, al menos.           

Comentarios