Los tiempos que corren no son
buenos para escuchar historias de personas que se quedan en Venezuela. Cada
día, oigo que alguien se va o leo que algún “famoso” o “famosa”, decidió probar
suerte en otros lares, con la coletilla del “Vuelvo en 10 minutos”, como los
carteles que ponen en las tiendas cuando los dependientes salen a hacer alguna diligencia.
En quienes se quedan, llama la
atención –en los más jóvenes- el sano optimismo con el que asumen su compromiso
con Venezuela. No es lo normal, al menos en mi caso, acostumbrado a interactuar
con personas desesperanzadas, quejonas, o negadas a escuchar cualquier
contenido que discrepe de lo que quieren creer o de lo que quieren escuchar;
esto último, muy común ahora.
Que los más jóvenes en lo que
observo, no sigan este camino, es una señal promisoria, por la inmensa tarea
que significa y significará hacer de Venezuela un lugar fraterno y amable para
vivir, ante los desafíos que tenemos por delante, que van a requerir “menos
ideología” –Papa dixit- y más “pies en la tierra”.
Ya van dos señales que me hacen
pensar que las cosas no parecen seguir la línea pesimista de la opinión que
domina el discurso público acerca del momento nacional.
La primera, hace como un mes,
cuando asistí a la graduación de los profesionales de la ciencia política de la
UCV. Mientras los docentes nos preparábamos para caminar hacia el Aula Magna,
tres “nuevas” de la escuela de derecho comenzaron a echarme broma con el tema
de los grados. Retorné las bromas, y les dije, “espero que me inviten a su
graduación”, y allí comenzó una interesante conversa, ya que las chicas –dos
apureñas y una caraqueña- también caminaron al Aula Magna.
En el trayecto, les pregunté cómo
les iba en la UCV, si estaban contentas; qué les parecía la UCV, qué opinión
tienen sobre la calidad docente, cómo hicieron para ingresar a la UCV, cómo
visualizan su compromiso para servirle al país, y también charlamos sobre vegueros
y vegueras intérpretes de la música llanera.
La cháchara me dejó un buen
sabor. Las jóvenes transmitieron un sano optimismo, y entre risas y la
espontaneidad juvenil, un compromiso con el país manifestado en el apego a la
carrera que escogieron y a la UCV. Me quedé pensando sobre eso, por la “buena
vibra” transmitida, que no observo mucho en mi día a día. Algo está cambiando
producto de la crisis que no se ve o se siente en el mainstream del discurso o en las opiniones inteligentes, pensé.
Ese pensamiento regresó cuando
leí el reportaje en la sección Siete Días de El Nacional del 5-7-15, titulado
“Retrato de un promoción en crisis”.
Aunque el título no me parece el
mejor por lo que dijeron los 20 bachilleres entrevistados, pudiera decir –si
busco un “corte de cuenta”- que las “promociones están en crisis” desde los 80,
cuando la inflación se montó en dos dígitos y allí se quedó. Tenemos más de 6
lustros de “promociones en crisis”, y ojala no tengamos que pasar 6 lustros
más.
Los muchachos entrevistados por
el impreso, con edades entre 16-19 años, de escuelas públicas y privadas, del
oeste, del este, del norte, del sur de Caracas, me hicieron recordar la plática
con las “nuevas” de Derecho, por el compromiso que sus palabras comunicaron.
Buena señal.
Ese domingo 5 de julio, leí
varios tuits sobre el trabajo de Siete Días, en el tono de “pobres muchachos”; tono tradicional y ya cansón, porque aquí todo se ve en el marco del “pobrecito o pobrecita”. Esa
inseguridad estructural que es la otra cara de una sociedad tan prepotente y
sobrada como la venezolana.
La percepción que dejaron en mi
las 20 entrevistas es que no hay atisbos de resentimientos, quejas, o “facturas
por cobrar”. Están en una edad en que eso no ocurre, es verdad, pero los
jóvenes también están conscientes de la dificultades no solo del país, sino en
sus familias, “No creo que aquí se pueda progresar” o “La situación puede
mejorar, pero no sucederá pronto”, afirmaron. De los 20 muchachos, 10
expresaron que ya trabajan o que comenzarán a trabajar, porque “Me gustaría
aportar algo para la casa” o “Siento que no todos aportamos lo que deberíamos”,
expresaron.
Destacó con mucha fuerza la
voluntad para quedarse en el país en la gran mayoría de las entrevistas (15
entrevistas), y en quienes expresaron su deseo de irse o de explorar la
posibilidad (5 entrevistas), el motivo que más predomina es que la situación
los obliga, “La escasez es lo que hace querer irme”, opinaron.
El tono de quienes quieren
quedarse es de responsabilidad, compromiso –“Me siento preparada para estudiar
en la UCV”- deber, de vincularse –“Sé que la crisis va a pasar”- no un tono
estático de “estoy aquí” o “es lo que hay”.
Lejos del discurso dominante,
algo se cocina en la sociedad, y es lo natural, porque las crisis traen cosas
así: rupturas, revisiones, afirmaciones, creación, cambio, oportunidades, pero
también pueden traer desesperanza y problemas.
Por el tono de los muchachos,
pienso que será lo primero. Y en buena hora, para superar la carga de imposibilidad
que traen las generaciones previas: la de los 60, “la generación perdida” (por
la lucha armada). La de los 70, “la generación arrepentida” (porque no habló
cuando la Gran Venezuela y los dólares baratos). La de los 80, “la generación
víctima” (del “Viernes negro” de 1983 y sus secuelas), y así.
Es el deseo que las nuevas
generaciones vengan con la carga de lo posible, para llamarlas en propiedad,
“La generación del compromiso” (por la conciencia sobre los problemas de
Venezuela), sea porque se quedan en Venezuela o porque decidieron hacer su vida en otros lugares del mundo.
Comentarios