Recomponer


Una situación que ya es parte de mi cotidianidad es que gente de la calle -algunos conocidos; la mayoría, desconocidos- se franquea con uno. Sea caminando por alguna calle o en algún lugar público; de repente, una persona se acerca y dice, “Su cara me parece conocida y....” o “A usted lo he visto en alguna parte y....” comienza la plática, generalmente sobre temas políticos o "la situación del país". Casi nunca es alguna postura en sentido positivo. Casi siempre es lo malo que está todo y lo peor que se pondrá. 

Si me dejo llevar por estos encuentros, mi conclusión es que algunas personas no tienen confianza en lo posible (ni en sí mismos), y poseen una gran indefensión en el presente. Diría que le tienen miedo al futuro. Viven anclados en el "éramos felices y no lo sabíamos" o "teníamos un gran destino, pero el imperio lo truncó. Mataron a Bolívar y a Sucre". El fracaso histórico como "arquetipo nacional", es lo que me dejan muchas de estas conversaciones "sobre la situación del país".   

Esto ya lo asumo como algo “normal” dentro de mi día a día. Algunos de estos encuentros buscan solo descargar el displacer que crea el momento actual y su carga de frustraciones, al objetivarlo en un politólogo o “analista”, cuya tarea también es ser una suerte de “pararrayos” de la insatisfacción, y ocurra la transferencia del afecto de la persona hacia uno. A veces la fuerza de esa transferencia es tal, que llego a la oficina o a mi casa incómodo y así paso todo el día, o varios días. Me chupan el optimismo. No obstante, hasta ahora, mantengo mi tradicional optimismo. 

Otros casos son conversaciones que me pegan mucho por el drama personal o profesional que encierran, en personas que no me ven solo como un politólogo para descargar un displacer, y "sentirse bien, descargados" de la bronca existencial que llevan, sino que profundizan más allá de la queja.

Una reciente, fue la de una señora propietaria de una cauchera importante. Soy testigo de su crecimiento, desde un modesto local al que iba cuando era estudiante universitario para cambiar o arreglar los cauchos de un Fiat 131 que tenía en ese entonces; hasta hoy, cuando ese pequeño local es una infraestructura importante, y ella y su familia, transmiten la imagen y son la Venezuela de inmigrantes que hizo un presente y un futuro. Gente de trabajo, como decimos aquí, que invitan al respeto. 

Un día, mientras hacía deporte, la veo y me echa su cuento: el promisorio futuro para su negocio es un presente plagado de incertidumbre, ansiedad, y desesperanza. Honestamente no supe qué decirle, más allá de recordarle sus raíces inmigrantes; de cómo progresaron con trabajo y constancia, que ella era ejemplo de eso, que apelara a esos atributos en estos momentos de desafíos, y que se mantuviera al frente de su "comando" -empresa- junto a su familia. Tiempos mejores siempre vendrán, pese al discurso del "nada sirve" o "lo bueno es lo malo que esto se pone", que dominan la opinión publicada de medios, pundits, o personas "que miran a los ojos".  

Mientras escuchaba el relato de esta señora, pensaba en cómo recomponer la relación política-empresarios que nunca ha sido fácil en la historia de Venezuela. Tal vez con Chávez-Maduro esas relaciones tocan su punto más bajo, pero no es que con AD-Copei eran "peritas en almíbar". 

Desde los “canastilleros” de la Guerra de Independencia hasta los modernos empresarios de hoy -para hablar de las actividades formales, porque el PIB de lo ilegal debe ser gigantesco- esa relación se caracteriza por la desconfianza y la recriminación mutua. Hay “paz” política-empresarios cuando es posible obtener un plusvalor de la renta petrolera, y que los costos se socialicen o un "óptimo paretiano" sea posible. Esto no impide que muchos hombres de empresa hagan fortuna de forma honesta y creen emprendimientos, pero aun con eso, una relación sólida con el mundo político no existe.

Se cita como indicador de lo anterior, cuando un Presidente de algún país viaja, lleva una buena cantidad de empresarios para hacer negocios. Los presidentes de Venezuela parecen ser la excepción: no llevan a empresarios o si lo hacen, en cantidades reducidas. No lo hacen porque hay desconfianza entre los dos, y tal vez porque no hay mucho que exportar.

¿Podremos algún día quienes creemos en un país “serio”, tener en condiciones de igualdad, una relación más densa entre el mundo político y el mundo empresarial? Que vaya más allá de unos empresarios que quieran ser poder fáctico y creerse su cuento que son los “grandes cacaos” que solo ven a Venezuela como una “vaca para el ordeño de la renta” y al país como cachilapos; y que también trascienda a unos políticos que solo piensan que los hombres de empresa los quieren controlar, que son “parásitos”, o solo financistas para pagarles sus campañas electorales o su costoso e ineficiente tren de vida.

Todo esto que acabo de escribir vino a mi mente cuando escuchaba a esta señora y su realidad: cómo verse sin desprecio y sin sentirse superior o humillado, con confianza, en una relación que realmente fluya y no sea instrumental como es ahora (y fue en el pasado, en buena medida). En definitiva, cómo recomponer la relación política-empresa.

II

“Sin divisas no hay arepas, margarina, o cerveza”, fue el contenido de una de las pancartas de los trabajadores de Polar, que mostraron en su “cadena humana” del día 3-7-15. En ella, se resume el drama no solo de Polar, sino del país: sin “divisas no hay paraíso”.

Lo que es lógico, porque somos una economía que comercia con otros países. Lo que parece menos lógico es la dependencia de las divisas para producir. Es la otra cara para recomponer la relación política-empresa: la productividad.

Polar es una gran empresa venezolana, como son muchas tan conocidas o menos conocidas; tan grandes o menos grandes que la marca del oso. Sin embargo, el reto se mantiene ¿Cómo insertar esas empresas en “círculos virtuosos” de la productividad, así sea Polar?

Todavía para nosotros la productividad es un foro con Michael Porter o algún gurú del tema, un libro del IESA, una actividad para socializar o celebrar el aniversario de Conindustria, Fedecámaras, o Fedeindustria, pero no un compromiso político ni de políticas públicas. La productividad es un discurso, no un compromiso de las elites. No lo es porque no creen en la productividad. Y no creen porque siempre "alguien paga las cuentas". 

¿Cuántas de nuestras exportaciones tienen “complejidad económica” en su manufactura o cuánto de las compras nacionales incorpora esa "complejidad"? No dudo que hay, pero no es suficiente ¿Cómo es la relación de la empresa –pública, mixta, social, o privada- con las universidades, por ejemplo? Hoy nuestras casas de estudio a nivel superior tienen problemas, pero sin ellas y su vínculo con la empresa -desde Polar hasta el emprendimiento popular- el futuro de la cauchera de la señora inmigrante de Portugal que con tanto esfuerzo levantó, dependerá de los ciclos de la economía venezolana: bonanza-derroche-ajuste-pobreza. 

Cada ajuste económico la hará más pobre -como a todos- el ajuste de Maduro es más fuerte que el de Chávez. El de Chávez, más fuerte que el de Caldera. El de Caldera, más fuerte que el de CAP. El de CAP, más fuerte que el de Luis Herrera. El de Luis Herrera, más fuerte que el de Betancourt. El de Betancourt, más fuerte que el de Medina. El de Medina, más fuerte que el de Gómez, por las causas que sean: guerras mundiales o incapacidad de la sociedad venezolana, la que tiene los "mejores economistas del mundo" según se jacta, pero vamos o tenemos 30 años con el índice inflacionario en dos dígitos (y parece que nos acercamos a los tres dígitos). 

De las tantas cosas pendientes que tiene Venezuela, esta es capital. Pasar del “Sin divisas no hay arepas, margarina, o cerveza” a “Con arepas, margarina, y cerveza bien hechas en Venezuela, hay divisas”.

En lenguaje político: no es la "república de amigos, conexiones, y relaciones" de AD-Copei, tampoco es la "república sectaria y rígida" del PSUV. Es, sencillamente, la República. Así, a secas. 

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