Pequeñas victorias



Viernes. Olvidé los sanduches de la semana que llevo al trabajo. "Rayos y centellas". En medio del camino, me di cuenta que no estaban en la lonchera. Tarde para regresar a buscarlos. Salí de la casa, absorto, pensando si conseguiría Adalat Oros

El día anterior lo busqué en varias farmacias. Caminé bastante. Locatel y Farmatodo eran campos para la supervivencia del más apto. Medicine games no Hunger games. Personas agolpadas en el mostrador, pidiendo medicinas que no hay, con récipes con interminable lista de remedios ¿Dios, los médicos no saben que hay escasez de fármacos, para qué poner a las personas en esa búsqueda? me pregunté.

Una cola kilométrica para pagar. No conseguí Adalat Oros, pero en una farmacia, hallé el genérico. Nifedipina.  Marcas comerciales hay pocas. El país genérico. En una sociedad seria, ya tendríamos un trabajo sobre el impacto de las farmaceutas genéricas en la economía ¿Generan empleos? ¿Exportan? ¿Realmente bajó el precio de las medicinas? ¿Cuál es el desempeño del genérico frente a la medicina de marca? Sí, ya sé, ahora no es momento para eso...

La escasez nos convierte en farmaceutas sin serlo. La caja de Adalat Oros refiere su principio como Nifedipino. Primera duda ¿Es lo mismo? Internet. Wikipedia. Portales de medicina. Llamadas a los médicos para preguntar y salir de dudas. 

De casualidad, esperando mi número de atención que era el 81 e iban por el 30, detallo lo que hay en la droguería. Veo, de casualidad, Paxil. Me emocioné. Ya me había dado por vencido. No lo conseguiría más, me dije hace tiempo. Compro varias cajas. La chica de Farmatodo me dice, Se lleva una buena provisión para varios meses. Sí, no sé cuándo será la próxima vez que lo vuelva a ver, le digo de vuelta.  

La escasez como la que vive Venezuela te desconcentra. Te malhumora. Te produce tensión. Te hace gastar más de lo que tienes. Pone a prueba tu solidaridad y ética. Pensaba que el viernes -soleado, con cielo azul que contrasta con el cielo gris del ánimo nacional- llegaría a mi oficina a trabajar, sin tener que salir a hacer alguna diligencia. El otro día me bañó la lluvia buscando Euthyrox. Caía agua. Sin parar. Me metí en un edificio a esperar que cesara de llover. Miré en el Bicentenario ¡No había bululú! Entré. Conseguí café, harina, aceite, leche, pasta...sin captahuellas. Pero perdí la tarde de trabajo, entre los remedios y la comida.

Tengo mucho que hacer en la oficina. La inflación también devalúa el tiempo. Lo que antes se hacía en medio día, ahora son dos días. No quiero salir de la oficina. No quiero salir a buscar cosas que no hay. No quiero ir a reuniones. No quiero ir a programas o entrevistas en medios. Quiero terminar mi trabajo. No quiero sentir más la angustia de ver que el tiempo corre y no termino, porque debo hacer alguna diligencia o ir a reuniones a hablar de lo mismo: política, no como trabajo o disciplina, sino como "peña de amigos", que abundan en Venezuela ¿Cómo ves la vaina? la gran pregunta que hacen en todas partes. Respuesta: en su desarrollo. 

No pude. Dejar de comprar una medicina u otra cosa que escasea por comodidad, cansancio, o porque hay que hacer otra cosa, significa que no la conseguirás después. Hay que comprarla cuando hay que comprarla, aunque no quieras. Contra mi deseo, el viernes no sería de la oficina, sino de diligencias. Media mañana en ir a lugares y preguntar con pena en algunos casos, con molestia en otros casos.

Recibir la misma respuesta, No hay, Tiene tiempo que no llega, Hace meses que no viene. Preguntar a dependientes malhumorados. Si son mujeres, siempre les digo un piropo, para que cambien la cara de pocos amigos que muestran. El rostro de la prepotencia venezolana que la escasez hace cotidiano. Casi siempre responden, también apenadas: Decir no hay todo el tiempo, estresa.

A veces, también uno responde mal. La escasez hace que te concentres en lo que no hay y no en lo que tienes que comprar. Me pasa que voy concentrado en comprar una cosa porque escasea...y olvido otras. Debo regresar...ah, olvidé otra cosa. Debo regresar de nuevo...llegó el desodorante, el champú, hay Agurin, hay famotidina, hay, hay...lo olvidé, debe regresar otra vez. Maldita escasez que te pone a hacer la misma cosa varias veces, hasta el cansancio. Es el reino del agotamiento. Un juego suma cero.  

Así va el país. Desplazando la frustración o haciendo catarsis con chistes malos o que revelan un país que habla de la crisis pero no la asume. Chistes inoportunos con el ébola. Estamos pelando e'bola, oigo. Risas que ahora se transforman en risas nerviosas. Autoridades sanitarias del mundo indican que el virus puede llegar a estas tierras donde se es ligero para hablar, y temeroso para enfrentar.

Más bien, admirable los miles de héroes anónimos en Africa que en condiciones de carencia de recursos, enfrentan un virus letal. No merecen los chistes malos de una sociedad de echones.

A pesar de la rudeza de esta cotidianidad a la que todos los venezolanos nos enfrentamos, las dependientes de las farmacias a las que fui exhibían un gran sentido de atender al público. No es fácil. Tener a decenas de personas en un mostrador pidiendo lo que no hay, no es sencillo. Cuando llegó mi turno, Buenas tardes, y atender con ganas. Si no hay el fármaco, buscar alternativas. En última instancia, indagar en cual farmacia de la cadena puede estar el remedio. Nada de No hay, próximo, 82, 83, 84...Admirable ese comportamiento para mi.

No sé por qué, ese día me di cuenta del sentido de la atención al público de muchos empleados de comercios, aunque casi todos los días debo acudir a buscar artículos que escasen y debo interactuar con diversidad de dependientes. Nunca me había puesto a pensar en eso.

Una pequeña victoria de la seriedad de trabajadores sobre el caos cotidiano. Pese al discurso de la catástrofe generalizada del país, tal vez estemos cambiando. Sin notarlo. Hacia otro tipo de venezolano. No es el venezolano sabrosón del discurso de las élites durante muchos años.

Hoy las élites se quejan: el venezolano se acostumbró, por un paquete de harina se cala la cola, la indiferencia del venezolano sostiene al régimen, etc, etc.

¿Pero no fue eso lo que buscaron las elites con el prototipo del venezolano sabrosón? Había gasto a granel. Era la época en que se celebraba a Pedroso. Los late shows. A los perros de la noche y la noche de perros. Con dispendio, se puede ser un perro en y de la noche o estar en una noche de perros, pero sin dólares, para muchos la existencia se transforma en una larga noche, que puede ser de perros...

Era la época en que todo el mundo resolvía y lo que se valoraba socialmente era alguien que resuelva

Hoy, molestas, las elites ya no quieren al venezolano sabrosón. Están bravas porque hacemos los que nos dijeron durante 30 años que hiciéramos: resolver. Unos mejor, otros no tan bien -como mi caso- pero, en definitiva, estanos resolviendo, haciendo una cola o buscando un producto que no hay por toda la ciudad.

Ahora, de la noche a la mañana, quieren al venezolano habermasiano: crítico, que delibera en la esfera pública, que es público y no masa, y está conciente de la racionalidad técnica de la dominación. Esa con la que dijeron durante 30 años que había que ser sabrosón no crítico. Tarde piaron pajaritos.

Al interactuar con las dependientes de las farmacias, sé que el venezolano sabrosón está siendo cuestionado como modelo, no sé si por todo el país o parte de la sociedad. Pero está siendo cuestionado.

Me luce que el país de a pie está resolviendo su identidad alejado del marco de las elites, cuyo discurso me parece se quedó en públicos cautivos, pero encerrados en sí mismos, que solo se escuchan o celebran entre ellos. 

Ojalá el comportamiento sereno pero eficaz de las dependientes de las farmacias a las que fui, sea una señal de esa nueva identidad que se construye al calor de la crisis. Y un modelo a imitar. Hará falta cuando llegue el momento de sanar las heridas y fraternizar la cotidianidad, hoy dominada por lo hostil.

A pesar que ese jueves y viernes, perdí la mañana y la tarde de trabajo buscando medicinas, me quedó la sensación que sobre las dificultades, muchas personas logran superarlas de forma constructiva, con gestos cotidianos, en lo micro.

Pequeñas victorias que pueden augurar un mejor futuro para Venezuela, alejado del discurso de la catástrofe generalizada del país.   

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